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-Esto es un misterio, mi querido Sambigliong, que ni Sandokán ni yo hemos logrado aclarar hasta ahora. Ese imprevisto estado de ira contra Tremal-Naik debe tener un motivo que ignoramos; pero seguramente alguien ha procurado darle aire para que el incendio sea mayor.

-¿Correrán verdadero peligro Tremal-Naik y su hija Damna?

-El mensajero que ha enviado a Mompracem ha dicho que se hallan en armas todos los dayakos y como poseídos de locura, que han saqueado e incendiado tres factorías, y que hablaban de matar a Tremal-Naik.

-Y sin embargo no hay en toda la isla mejor hombre que él- dijo Sambigliong-. No comprendo cómo esos bribones arruinan y saquean sus propiedades.

-Algo sabremos cuando lleguemos al "kampong" de Pangutarang. La aparición del "Mariana" calmará un poco a los dayakos, y si no deponen las armas, los ametrallaremos como merecen.

-Y conoceremos el motivo del levantamiento.

-¡Oh!- exclamó de pronto Yáñez, que había vuelto la cabeza hacia la boca del río-. Allí hay alguien que, al parecer, quiere dirigirse hacia nosotros.

Una pequeña canoa con una vela había desembocado por detrás de los islotes que obstruían la desembocadura del río, y dirigía la proa hacia el "Mariana".

Sólo un hombre la tripulaba; pero estaba aún tan lejos, que no se podía distinguir si era un malayo o un dayaco.

-¿Quién podrá ser?- se preguntó Yáñez, que no lo perdía de vista-. Mira, Sambigliong: ¿no te parece que está indeciso respecto de cómo debe maniobrar? Ahora se dirige hacia los islotes, ahora se aleja para echarse sobre las escolleras de coral.

-Se diría que trata de engañar a alguien respecto de su rumbo; ¿verdad, señor Yáñez?- respondió Sambigliong-. ¿Lo vigilarán acaso, y tratará, en efecto, de engañar a alguien?

-Eso mismo me parece- contestó el europeo-. Ve a buscar mi anteojo, y manda que carguen con bala una bombarda. Trataremos de ayudar en la maniobra a ese hombre, que, evidentemente, trata de unirse con nosotros.

Un momento después dirigía el anteojo hacia la canoa, que aun se encontraba a unas dos millas de distancia, y que concluyó por alejarse de los islotes, dirigiéndose resueltamente hacia el "Mariana".

De pronto Yáñez lanzó un grito:

-¡Tangusa!

-¿El que Tremal-Naik había llevado consigo a Mompracem y a quien había hecho factor?

-Sí, Sambigliong.

-Pues ahora sabremos algo de esa insurrección, si es él- dijo el dayako.

-¡Oh, sí; es él! ¡No me equivoco; lo veo bien!... ¡Oh!

-¿Qué es, señor?

-Que veo una chalupa tripulada por una docena de dayakos, y me parece como que quiere dar caza a Tangusa. ¡Mira hacia la última isleta! ¿Ves?

Sambigliong aguzó la mirada y vio que, efectivamente, una embarcación muy estrecha y muy larga dejaba la embocadura del río y se lanzaba a toda velocidad hacia el mar bajo el impulso de ocho remos manejados con gran brío.

-Sí, señor Yánez; dan caza al factor de Tremal-Naik.

-¿Has mandado cargar una bombarda?

-Las cuatro.

-¡Muy bien! Esperemos un momento.

La canoa, que tenía el viento de popa, bogaba derecha hacia el "Mariana" con bastante velocidad; sin embargo, no podía correr tanto como la chalupa. El hombre que la montaba se hizo cargo de que lo seguían, y dejando la caña del timón, tomó los dos remos para acelerar la carrera.

De pronto una nube de humo se elevó de la proa de la chalupa, y a los pocos instantes se oyó en el "Mariana" el estampido de un tiro.

-Hacen fuego sobre Tangusa, señor Yáñez!- dijo Sambigliong.

-¡Bueno, querido yo enseñaré a esos bribones cómo tiran los portugueses!- repuso el europeo con su calma habitual.

Tiró el cigarrillo que estaba fumando, se hizo sitio entre los marineros que habían invadido el castillo de proa atraídos por el disparo, y se acercó a la primera bombarda de babor, apuntándola contra la chalupa.

La caza continuaba con furia, y la canoa, no obstante los desesperados esfuerzos del hombre que la montaba, perdía terreno.

Otro tiro de fusil partió de la chalupa, pero sin daño alguno, pues es sabido que los dayakos manejan mejor sus cerbatanas que las armas de fuego.

Yáñez seguía mirando impasible.

-Está en la línea- murmuró al cabo de dos minutos.

Hizo fuego. Se inflamó el largo cañón, produciendo un estampido que repercutió incluso bajo los árboles que cubrían la lejana costa de la bahía.

A estribor de la chalupa se vio alzarse un chorro de agua: enseguida se oyeron en lontananza gritos de rabia

-¡Tocada, señor Yáñez!- gritó también Sambigliong.

-Y se irá a pique muy pronto- repuso el portugués.

Los dayakos interrumpieron la carrera y viraron desesperadamente, con la esperanza de saltar en uno de los islotes antes de que se hundiese la embarcación.

La avería que le produjo el proyectil de la bombarda, una bala de libra y media por mitad de plomo y cobre, era demasiado grande para que pudiese correr mucho tiempo.

En efecto, los dayakos estaban todavía a más de trescientos pasos del islote más cercano, cuando la chalupa, que se llenaba rápidamente de agua, faltó bajo sus pies y se fue a fondo.

Como los dayakos de la costa son todos hábiles nadadores, pues pasan la mayor parte de su vida en el agua, lo mismo que los malayos y los polinesios, no había peligro de que se ahogasen.

-¡Salvaos- dijo Yáñez-; pero, si volvieseis a la carga, os abrasaríamos las costillas con una buena metralla de clavos!

La pequeña canoa, viéndose libre de sus perseguidores gracias a tan afortunado tiro, había vuelto a emprender su ruta hacia el "Mariana" empujado por la brisa, que aumentaba con la puesta del sol; así es que muy pronto se encontró en aguas del velero.

El hombre que la guiaba era un joven de treinta años de piel amarillenta, perfil casi europeo, como si fuese hijo del cruce de las razas caucásicas y malaya; su estatura era más bien pequeña, pero parecía muy fornido; llevaba el cuerpo liado en tiras de tela blanca, que le sujetaban fuertemente los brazos y las piernas, y en las ligaduras se veían manchas de sangre.

-¿Lo habrán herido?- se preguntó Yáñez-. Ese mestizo me parece que sufre mucho. ¡Ohé! ¡Echad una escala y preparad algunos cordiales!

Mientras los marineros ejecutaban aquellas órdenes, la pequeña canoa dio la última bordada, pegándose al costado de estribor del velero.

-¡Sube pronto!- gritó Yáñez.

El factor de Tremal-Naik ató la canoa a una cuerda que le habían arrojado, amainó la vela, subió con algún trabajo la escala y apareció sobre la toldilla.

 
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de Emilio Salgari

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