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Esas horas de la noche se cuentan entre las más inolvidables de ni¡ vida, así como mi estada en la selva me procuró los recuerdos más satisfactorios de mi viaje al Paraguay. En esos momentos en que me sentía solo con mi alma, en medio del profundo desamparo donde sólo delataba un movimiento el crepitar de las llamas o el lejano tañido del cencerro de la yegua madrina, desfilaban por mi mente escenas queridas del pasado. Me vi rodeado por las pocas personas a las que me unen vínculos del corazón y mantuve con ellas amable plática; ora soñaba con el futuro, ora se me hinchaba el pecho al saberme tan lejos del mundo civilizado, librado a mis propias fuerzas, con unos pocos camaradas para hacer frente al peligro de los elementos, de las fieras y de los hombres salvajes.

El esporádico grito lastimero de una martineta que resonaba en la estepa o la lúgubre voz del yoyohu (chotacabra) en el corazón de la selva, o los siscos escalofriantes de la lechuza, posada en un árbol cercano interrumpían de pronto la calma, A veces, un susurro me arrancaba de súbito de mi ensueño y entonces la mano aferraba involuntariamente el arma, los leales perros alzaban la cabeza lanzando gruñidos y el vigía aguzaba el oído para detectar cualquier ruido. Sin embargo, no era sino el crujido de una rama hueca que el viento mecía de aquí para allá o algún venado asustadizo que llegado al camino, había huido a la espesura al husmear la presencia del hombre, o acutís, pacas y tatús entregados a su juego nocturno cerca del campamento. A lo lejos, sólo se oía el aullido de un aguará (zorro), ora la voz sibilante del tapir o el ronco rugido de un jaguar.

Cuando se ha velado durante esas largas horas de la noche, con una constante preocupación, ¡qué amistosa nos parece la mirada de la estrella matutina! En el viajero despierta una nueva vida, despejado atiza el fuego, calienta el agua para el mate y despierta a sus camaradas brindándoles la infusión paraguaya. Ellos se levantan y sacuden sus ponchos de los que caen gruesas gotas de rocío. Enseguida, las dos bestias que permanecieron atadas son ensilladas para ir en busca de los demás caballos y mulas que pastorearon sueltos durante la noche. Cada uno enlaza el caballo que montará durante esa jornada. Antes de ensillarlo lo limpia de la sangre que manó de las heridas causadas durante la noche por las mordeduras de los murciélagos. Una vez acomodada la carga sobre las mulas continúa el viaje. Un jinete que actúa como guía encabeza la tropilla, seguido por la yegua madrina y los caballos y mulas que no llevan carga. Por último, cierran la caravana los demás jinetes y las mulas cargadas.

Las noches de lluvia en la selva no carecían de encanto. En tales ocasiones levantábamos tina choza de ramas, con cueros vacunos por techo y a su entrada encendíamos un fuego para ahuyentar al jaguar.

 
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Viaje por el Paraguay de Johann Rudolf Rengger   Viaje por el Paraguay
de Johann Rudolf Rengger

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