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Las grandes serpientes acuáticas y los caimanes que se encuentran a menudo por centenares sobre los bancos de arena no deben causar temor, pues no atacan al hombre, más aún huyen al advertir su proximidad. En cambio, no es aconsejable bañarse en cualquier lugar del río, pues en los sitios bajos y barrosos suele haber rayas que al sentir el contacto de un pie causan al bañista, heridas muy serias con el aguijón aserrado de su cola. A menudo son peligrosas pues son inferidas en las partes tendinosas del pie. Donde el agua fluye rápida abundan las palometas, una especie de peces pequeños pero muy voraces que con sus dientes sumamente cortantes provocan grandes heridas al hombre en los dedos de las manos y de los pies. En Paraguay, se cuenta que una palometa había atacado de tal manera a un monje dominico que éste no hubiera podido quebrar su voto de castidad por mucho que se lo hubiese propuesto. Sea como fuere, yo mismo pude ver personas que fueron mordidas por los peces al lavarse los pies y, las manos en el río.

El crepúsculo avanzaba y, el sol estaba muy cerca del horizonte.

Era hora de escoger un lugar cómodo para levantar el campamento nocturno. A tal efecto, elegimos en lo posible un lugar próximo a un arroyo o un manantial y al mismo tiempo protegido por el bosque o la maleza del viento que en la estación del año en que estabamos viajando traía tormenta. No es aconsejable pasar la noche en la orilla del río o en el linde del bosque, en razón de los jaguares. Tan pronto hicimos alto, nos dividimos las tareas. Con la ayuda de un peón desensillé las cabalgaduras y, libré a las mulas de su carga. Siempre manteníamos atados a un largo lazo un caballo y una mula, para. tenerlos a mano por la mañana con el fin de arrear a los demás animales que se dejan pastar en libertad con la yegua madrina. Entretanto, otros dos peones fueron en busca de leña seca y algunos troncos gruesos. Se encendió el fuego, se ensartó el asado (en algunos casos consiste en carne fresca, otros en carne seca o charqui) en un asador que se clavó cerca del fuego y sobre las brasas se colocó la caldera del agua. Mientras se asaba la carne, cada cual se preparó su lecho: un cuero crudo de buey con lo que se cubría de día la carga de las mulas, y la mantilla del recado, la montura misma a modo de almohada y el poncho por cobija. Luego se volvió a revisar las armas y se colocaron junto a los lechos. La noche nos sorprendió ocupados en estos menesteres, pues el crepúsculo tiene muy corta duración en las regiones llanas comprendidas entre los dos trópicos. Nos echamos pues o nos sentamos con las piernas cruzadas en derredor del fuego, encendimos los cigarros y el mate circuló varias veces entre el grupo. Seguidamente, comimos el asado sin pan, a lo sumo con un poco de maíz, de maíz en su mayoría sin sal. Concluida, la cena, eso tortas decir, cuando el asador quedó vacío, tomamos mate. Lamentablemente, y como es usual, los mosquitos de los que uno debe defenderse sin cesar, nos amargaron la comida. Y comenzó entonces la charla, un repaso a los planes para la jornada siguiente, alguien pulsó la guitarra y en medio del silencio de la noche y del desierto se escucharon los sones armoniosos y emocionantes de cielos (una especie de Lieder de los americanos) y tristes (endechas sobre amores desgraciados) o del himno nacional. Cuando se hizo sentir el fresco de la noche y los mosquitos empezaron a retirarse, lo cual no sucede sino hacia las diez, se atizó el fuego, nos envolvimos en sueño tan tranquilo y sereno como en la cama más blanda y dentro de la vivienda más segura.

Cuando establecíamos campamento en una región donde podía temerse un ataque de indios salvajes o de jaguares, montábamos guardia por turnos.

 
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Viaje por el Paraguay de Johann Rudolf Rengger   Viaje por el Paraguay
de Johann Rudolf Rengger

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