Para una corta excursión de cuatro a seis días aconsejaría a un naturalista proveerse de una buena canoa, pues sólo podrá sacar provecho del viaje si tiene oportunidad de bajar a tierra o seguir navegando a su antojo. En las embarcaciones grandes he experimentado con bastante frecuencia cuán fastidioso resulta pasar de largo por los lugares donde uno quisiera detenerse y por el contrario, verse obligado a perder días y semanas enteros en regiones carentes de todo interés.
Otro medio de transporte fluvial que se usa en el Paraguay, si bien sólo para navegar aguas abajo, son las jangadas, una balsa cuadrangular de maderos unidos unos con otros, sólo mediante clavos de madera y provistas de un techo de paja. Esta balsa va abarrotada de mercadería y para poder guiarla en cierta medida, lleva en dos lados opuestos varios remos y en uno de los restantes dos timones. Este informe vehículo sólo puede se, guir el curso de la corriente, que en cualquier momento la hace girar en redondo. Por supuesto, sólo se navega con ellas de día y con buen tiempo. Por las noches y los días que soplan vientos fuertes se amarra la balsa a la costa en una bahía segura. Llegadas a destino, las jangadas se desarman y, los maderos se venden como material de construcción para barcos y casas.
Al recorrer el río Paraguay, el viajero está expuesto a varios peligros, evitables en su mayoría si se tienen ciertas precauciones. Las tormentas son a menudo extraordinariamente violentas, pero no se desatan en forma tan repentina que no den oportunidad de alcanzar una bahía segura o de poner la embarcación al amparo de un bosque o una orilla alta. Si esto no sucede se corre el riesgo de que el vehículo sea arrojado sobre la costa, sobre un banco de arena o un bajío. En el mejor de los casos encalla tan hondo en la arena o en el barro que luego resulta casi imposible sacarlo de su varadura, o bien se estrella en la costa o lo invaden las olas, tumbándolo de costado o, como tuve ocasión de presenciar cierta vez, le hacen dar una vuelta de campana. Las embarcaciones pequeñas ofrecen la ventaja de poder ser llevadas a tierra.
Otro peligro, no siempre eludible a pesar de extremar las precauciones, deriva de la cantidad de árboles que yacen ocultos bajo el agua. Estos árboles poblaron otrora la orilla, pero las crecidas socavaron la tierra bajo sus raíces y como en su mayoría son de madera dura y pesada se hundieron en el fondo del río. No es raro pues que los barcos choquen con las ramas de dichos árboles y salgan con graves averías o vuelquen sobre un costado. Las embarcaciones pequeñas pueden llegar a darse vuelta si avanzan a. velocidad sobre el obstáculo. Sin embargo, los baqueanos conocen exactamente los lugares donde suelen encontrarse árboles sumergidos y, saben esquivarlos.
Por último, lo que puede parecer muy extraño, en los viajes por el río se está más expuesto al ataque de los jaguares que en los viajes por tierra. Por cierto, a lo largo del Paraguay, pero de preferencia en las riberas del Paraná, se encuentran los jaguares mis grandes y salvajes de Sudamérica. Como se suele amarrar los barcos en la orilla al llegar la noche y los marineros tienen la costumbre de encender fuego enseguida de pisar tierra para vivaquear a su alrededor, no es raro que algún jaguar hambriento perturbe la tranquilidad de los excursionistas. No pasa un año sin que se sepa de alguna desgracia causada entre los tripulantes por un jaguar. Por esta razón, es prudente pasar la noche a bordo y retirar la tabla por la cual se va del barco a tierra, pues se sabe de casos en que los jaguares subieron a las embarcaciones por ellas. Si se navega en una lancha o una canoa, debe elegirse un lugar de desembarco en lo posible despejado de arbustos, pasar la noche a bordo de la embarcación que esta anclada lejos de tierra y, amarrada a un arbusto o árbol que emerja del agua.