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Al entrar en la iglesia el sacerdote les alcanzó agua bendita en medio de grandes ceremonias, y tan pronto los soberanos se ubicaron en sus sitiales comenzó el oficio. De tiempo en tiempo estos importantes personajes de la fiesta eran sahumados. A despecho de mi expectativa la música fue buena. Finalizada la misa solemne, se nombraron ante el altar las personas que investirían las altas dignidades al año siguiente. A continuación, los tronos y los taburetes fueron trasladados a otra parte de la iglesia y una vez ubicados en ellos los soberanos, franquearon los portales los músicos negros que fueron a postrarse ante los tronos para luego entregarse a una danza africana acompañados de cantos. Concluido el baile, el monarca se incorporó y ordenó a viva voz la iniciación de la fiesta en honor de la santa Efigenia con canto y danzas. Se adelantó entonces un negro encargado de oficiar el papel de generalísimo en esa celebración. Con gran despliegue de ademanes y lanzando miradas furibundas en derredor anunció haber observado a lo lejos a un "extraño sospechoso". El emperador ordenó entonces salir en busca del enemigo y combatirlo, bajo la advocación y asistencia de Santa Efigenia.

Una vez que el emperador hubo impartido la bendición con su cetro, el generalísimo desenvainó su espada y se abrió paso entre los negros con movimientos belicosos. En ese momento se presentó por sí solo el anunciado desconocido. Todos los negros se abalanzaron sobre él amenazándolo de muerte, pero el intruso fue a hincarse ante el trono para pedir audiencia. Restablecida la tranquilidad, declaró ser el emisario del rey de un lejano país y que su presencia no perseguía malos propósitos ni la intención de crear disturbios o enemistades, sino anunciar el deseo de su rey y señor de participar en la fiesta de Santa Efigenia, de la cual había oído decir se celebraba en ese país. La petición fue acogida con beneplácito y al punto se reanudaron los cantos y los bailes.

El emperador impartió con su cetro la bendición a sus vasallos, invocó nuevamente a Santa Efigenia y en medio de la música y las ceremonias que acompañaron la entrada al templo, se inició la salida.

Una vez en casa, los dignatarios celebraron un fastuoso banquete en el cual se sirvieron porotos y aguardiente de melaza.

Concluido el ágape, el cortejo visitó a todos los habitantes distinguidos de la ciudad y repitió allí la representación descripta. Al final de la actuación se suele hacer una donación. También a mí se me hizo objeto de esta distinción, pero no me encontraba en casa pues había ido a visitar al padre vicario. Hasta allí vino la procesión para brindarme de nuevo la escena y recibir mi contribución. Me honraron asimismo con una invitación para participar de la reunión que esa noche se celebraría en casa del emperador.

La velada se prolongó hasta medianoche. Hubo mucha algazara. Los cantos y la música no cesaron un sólo instante y sirvieron confituras y cachaza, un aguardiente de melaza.

En la mencionada representación se recitaron versos en un portugués bastante malo, con mezcla de muchos vocablos africanos. No había en aquella poesía vestigio alguno del espíritu de Camoens.

Los negros se desviven por esta fiesta que les permite hacer gala de su mayor ostentación. Nada podría herirlos más hondo que la prohibición de celebrar una festividad que les recuerda tanto a su tierra natal.

 
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La fiesta de Efigenia, la santa negra de Johann Emanuel Pohl   La fiesta de Efigenia, la santa negra
de Johann Emanuel Pohl

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