Al dar disposiciones a los que tenía cerca de sí, mi padre había adquirido la
costumbre de emplear un tono breve, cortado, un tanto duro. Me parece estarle
viendo aún como si fuera ayer, erguido y esbelto, con el paso vivo y seguro, con
sus claros y penetrantes ojos y con la frente surcada por las arrugas; y me
parece oír su palabra clara y precisa, y su voz, cuya accidental sequedad estaba
muy lejos de nacer de su corazón.
No bien me hube apeado; corrí al gabinete de mi padre.
Éste se paseaba con aire grave y serio. La súbita presencia de su hijo único,
a quien no había visto desde hacía cuatro años, no alteró en lo más mínimo su
sangre fría. Me arrojé en sus brazos. Era bueno, sin ser tierno, y humedeció sus
párpados una lágrima, debilidad del momento.
-Dubourg me ha escrito que está contento de vos, Frank -me dijo.
-Celebro, señor...
-Pero yo... yo no tengo motivos para estarlo -añadió apoyándose en su
escritorio.
-Siento mucho, señor...
-¡Celebro! ¡Siento!... Esas son palabras que, las más de las veces,
nada significan. Ved vuestra última carta.
La sacó de entre multitud de otras atadas con un bramante encarnado y
cuidadosamente agrupadas y rotuladas. Allí yacía mi pobre epístola motivada por
un asunto que interesaba mucho a mi corazón y escrita en los términos más
propios, según yo creía, para conmover, si no para convencer, a mi padre; allí,
repito, yacía envuelta en un paquete de papelotes de exclusivo interés
comercial.
No puedo contener una sonrisa, cuando pienso en el sentimiento de vanidad
herida y de mortificación con que contemplaba yo mi demanda, fruto de penosa
labor, extraída de un lío de cartas órdenes o de crédito, de todo el vulgar
enjambre de una correspondencia mercantil. «Indudablemente -pensé para mí- una
carta de tamaña importancia (no me atrevía a decir: y tan bien escrita), merecía
lugar aparte y, sobre todo, examen más serio que aquellas en que se trata de
comercio y de banca».
Mi padre no notó mi disgusto, y, aunque lo hubiera notado, no le hubiera
preocupado en lo más mínimo. Con la carta en sus manos, prosiguió: