Kitty, en pie cerca de su marido, esperaba el momento de que
cesase aquella conversación, que le interesaba poco, para decirle unas
palabras.
-Has mejorado mucho desde que te casaste -empezó Sergio
Ivanovich, mirando a Kitty con una sonrisa y evidentemente poco interesado en el
coloquio con su hermano, aunque siguiera fiel a su pasión de discutir las cosas
más paradójicas.
-No te conviene para la salud estar de pie, Katia -le dijo su
marido, acercándole una silla y mirándola significativamente.
-Es verdad. Mas yo debo dejaros -dijo Sergio Ivanovich, viendo
que los niños salían corriendo, con gran algazara.
Tania, con sus medias muy estiradas, agitando el cesto y el
sombrero de Sergio Ivanovich, se precipitó rápidamente hacia éste.
Una vez junto a él, con atrevimiento, brillándole los ojos, tan
parecidos a los hermosos ojos de su padre, la niña alargó el sombrero a Sergio
Ivanovich y fue a ponérselo ella misma, suavizando su audacia con una sonrisa
tímida y dulce.
-Vareñka espera -dijo, poniéndole cuidadosamente el sombrero al
leer en la mirada de Sergio Ivanovich que se lo permitía.
Vareñka se hallaba en la puerta vistiendo un trajecito de
algodón amarillo, con un pañuelo blanco a la cabeza.
-Ya voy, Bárbara Andrievna -dijo Sergio, terminando la taza de
café y echándose al bolsillo el pañuelo y la pitillera.
-¡Cuán encantadora es mi Vareñka! -dijo Kitty a su marido,
apenas se levantó Sergio Ivanovich, y de modo que éste lo pudiese oír.