En aquella casa, durante tanto tiempo desierta, había tanta
gente ahora, que casi todas las habitaciones estaban ocupadas, y a diario la
anciana princesa, al sentarse a la mesa, tenía que contar a todos y poner a
comer en una mesita aparte a alguno de sus decimosegundo o decimotercero
nietos.
Kitty, que se ocupaba activamente de la casa, tenía no poco
trabajo en encontrar gallinas, pavos y patos, que se consumían en enormes
cantidades dado el apetito que mostraban los invitados, y en particular los
niños, aquel verano.
Durante la comida de aquel día, toda la familia estaba reunida
a la mesa. Los hijos de Dolly, la institutriz y Vareñka trazaban planes sobre
los sitios donde habían de ir a buscar Betas. Sergio Ivanovich, a quien
todos tenían por su sabiduría e inteligencia un respeto rayano en adoración,
sorprendió a todos interviniendo en la charla sobre las setas.
-Permítanme que les acompañe. Me gusta mucho buscar setas
-dijo, mirando a Vareñka-. Me parece una agradable ocupación.
-¿Por qué no? Con mucho gusto -repuso ella ruborizándose.
Kitty cambió con Dolly una significativa mirada. Aquella
proposición de Sergio Ivanovich confirmaba ciertas sospechas que Kitty albergaba
hacía algún tiempo.
Temiendo que advirtiesen su gesto, se puso a hablar en seguida
con su madre.
Después de comer, Sergio Ivanovich se sentó ante su taza de
café junto a la ventana del salón, continuando la charla iniciada con su hermano
y, mirando de vez en cuando hacia la puerta por la que habían de pasar los niños
al salir de excursión. Levin se había instalado en el alféizar de la ventana,
junto a él.