Conceptos cuyo verdadero alcance establece en El sorteo de Matucana, diciendo:
"No se puede concebir un ejército sin temple moral, sosteniendo una grande y noble causa confiada a sus esfuerzos. Cada cabeza, cada corazón, debe abrigar una idea, un sentimiento, una creencia o una aspiración superior que lo eleve sobre el nivel común, y alcance, por la combinación de las fuerzas morales y materiales, el triunfo del ideal político y social que está en todos y cada uno de los que combaten. Por eso los ejércitos de la Independencia argentina hicieron triunfar su causa en los campos de batalla, queriéndola, amando la libertad y aspirando a legar a los venideros una patria independiente, libre y feliz."
Vale la pena detenerse a desentrañar la enseñanza de la alta política, presente y futura, que encierran estos pensamientos en apariencia puramente militares.
De esos dos relatos rápidos y vibrantes, el segundo se lee con el palpitante interés que despiertan algunas novelas; pero - ya lo hicimos notar - la fidelidad histórica del general Mitre llega al extremo de que los mismos diálogos que dan nueva y mayor vida a su narración, están perfecta y absolutamente ajustados a la verdad, y el todo fundado en datos y documentos a que se refieren las notas y que no dejan lugar a duda.
Su grande amigo, Giuseppe Garibaldi, aparece también en el volumen, como uno de los primeros actores de aquel Episodio troyano en que nos hace asistir a la heroica resistencia de Montevideo durante diez años de encarnizado sitio -de este sitio en que él mismo, Mitre, empuñaba las armas destacándose, casi un niño todavía, entre los más valerosos defensores, y tanto que, a despecho de su edad temprana, fue llamado a una reunión de notables, a un senado compuesto de los hombres de mayor madurez y consejo de la cercada plaza, para tomar graves determinaciones. La figura del guerrero italiano está trazada vigorosamente y con amor. La admiración del joven Mitre, sin cesar de existir, y siendo retribuida por el héroe de ambos mundos, trocóse más tarde en sincera amistad, nunca empañada hasta el último día de la vida y admiración y amistad respiran esas páginas. En cuanto al episodio homérico en torno del cadáver de Neira, ¡cuánto merece el título que el autor le ha dado, reivindicando con mayor eficacia que Dumas, padre, su inventor, para la indomable Montevideo, el nombre de "La Nueva Troya!"
Asoma luego entre estos episodios nacionales, contados con la gravedad y con el respeto de quien es también capaz de heroicidades y sacrificios, una sonrisa amena y tranquila, que quienes tuvieron el honor de conocer al general Mitre vislumbraron más de una vez en sus, labios y en sus ojos, cuando narraba algún he ello que provocase su buen humor. Nos referimos a su artículo Pío IX en el Río de la Plata, en cuyo estilo campea un humorismo de buena ley, más de forma que de fondo, pues este último es también rigurosamente exacto. Las aventuras del primer Papa que haya estado en el Nuevo Mundo (antes y después de subir al trono pontificio), son curiosas, y más curioso aún el incidente del prelado que traía consigo al padre Mastai Ferreti, desconocido en su calidad de delegado de Buenos Aires, mientras el pueblo le aclamaba pidiéndole de rodillas su bendición. El narrador sigue al que años más tarde ocuparla con tanta resonancia la cátedra de San Pedro, primero hasta Luján, donde va, junto a la imagen milagrosa, a reponerse de las fatigas de la navegación, y luego, a través del país, dominado aún por los indios, hasta Mendoza, donde la delegación pontificia entra en triunfo; en seguida hasta Chile, donde establece su asiento, y donde Pío IX se vincula por lazos de amistad que no desatarán luego ni el tiempo ni la grandeza del solio. La amenidad de esta pequeña aventura de una vida que llamó la atención universal sólo puede apreciarse leyendo las amables páginas en que tan espiritualmente lo ha relatado el general Mitre.
Luego, la historia patria propiamente dicha, vuelve a absorber al escritor, que nos ofrece una completisima monografía del Crucero de la Argentina, el glorioso buque corsario que, mandado por Hipólito Bouchard, paseó la enseña que inventara Belgrano, sobre todos los mares y bajo todos los cielos, haciéndola dar por primera vez la vuelta al mundo, y afirmando su orgullo y su derecho de bandera de un pueblo libre con la voz ardiente de sus cañones.
El Crucero de la Argentina ha servido ya de base para escribir una novela histórica, y servirá para que se escriban otras, más tarde, como Falucho sirvió para dramatizarlo y para levantar una estatua en Buenos Aires al negro heroico, como han de servir todas las demás monografías de este volumen para informar a los futuros historiadores en primer término, y en segundo, para que en tan hermosos y nobles temas se ensayen la fantasía y la pluma de los jóvenes escritores anhelosos de reconstruir el pasado.
De índole muy diversa a la de los anteriores trabajos es el que lleva el sencillo y modesto título de Una carta, cuya lectura recomendamos altamente a cuantos quieran comprender bien y sin mayor esfuerzo la compleja personalidad del general Mitre. Ya no se trata de historia o biografía, como en los otros, sino de crítica, en la más amplia acepción del vocablo, pues en ella se tocan puntos variadísimos, con una seguridad de criterio y una abundancia de erudición que, sorprenderán hoy mismo a los que saben que el autor estaba y estuvo hasta su último día al corriente de cuanto en política, en ciencia y en letras se producía en el inundo. Y entre las lecciones en que este libro abunda, no es esa la menos grande y provechosa, pues enseña cómo se debe leer y profundizar y discutir consigo mismo lo que se lee, para merecer el título de escritor y de pensador...