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De todas las flores abiertas al calor del sol del Mediodía, y bajo la mano de dos grandes paganismos, cogía libremente las más, perfumadas y exquisitas, sin mancharse con el lodo que las rodeaba. «Tomo a Dios por testigo, escribía algún tiempo después, de que en todos estos parajes donde la vida es tan licenciosa, he vivido puro y exento de toda especie de vicio y de infamia, llevando siempre en mi alma la idea de que si podía evitar las miradas de los hombres, no podía impedir que Dios me viese»

En medio de las galanterías licenciosas y de sonetos insípidos que chichisbeos y académicos prodigaban, conservó Milton su idea sublime de la poesía. Pensaba escoger un asunto heroico de la historia antigua de Inglaterra, y confirmábase en su opinión de que «quien quiere escribir de cosas dignas de alabanza, para no ver frustrada su esperanza debe ser él un verdadero poema, es decir, conjunto y modelo de las cosas más honrosas y mejores, no presumiendo de cantar grandes elogios de hombres heroicos o de famosas ciudades sin tener antes la experiencia y la práctica de cuanto es digno de ser alabado.

Amaba, entre todos, a Dante y Petrarca por su pureza, diciéndose «que si la impudicia en la mujer, a quien San Pablo llama la gloria del hombre, es tan grande escándalo y deshonra, en el hombre, que es a la vez imagen y gloria de Dios, debe ciertamente ser, aunque por lo común no se crea, vicio mucho más deshonroso e infame.» Pensaba «que todo hombre noble y libre debe ser por nacimiento, y sin necesidad de jurarlo, un campeón» para la práctica y defensa de la castidad, y conservó su virginidad hasta el día de su casamiento.

Cualquiera que fuese la tentación, atractivo o temor, su firme resistencia fue siempre igual.

Por gravedad y conveniencia, evitaba siempre las disputas sobre religión; pero si atacaban la suya la defendía con rudeza hasta en Roma, frente a los jesuitas que conspiraban contra él, a dos pasos de la inquisición y del Vaticano. El deber peligroso, lejos de auyentarle, le atraía. Cuando empezó a rugir la revolución, volvió a su Patria por impulso de su conciencia, como soldado que al ruido de las armas corro al peligro, «persuadido de que era para él vergonzoso pasar tranquilamente y por su gusto el tiempo en el extranjero, cuando, sus compatriotas luchaban por la libertad».

Empeñada la guerra, presentóse en las primeras filas como voluntario, ofreciendo su pecho a los golpes más rudos. En toda su educación y en toda su juventud, en sus lecturas profanas y en sus estudios sagrados, en sus acciones y en sus máximas, se transparenta su pensamiento dominante y permanente, la resolución de constituir y desarrollar en sí mismo el hombre ideal.

 
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