La caza de los onzas no es tan agradable y sí bastante más ardua y peligrosa. Abundan en estas regiones ricas en animales de asta. Como caminan menos que el tapir sobre terrenos húmedos y son más inconstantes en su deambular, es harto difícil hallar su huella. A menudo se la encuentra por casualidad y entonces el peligro es mayor. Una vez explorada la zona en la que el onza va a abrevar o acecha a los rebaños, el cazador se oculta con sus perros y no ataca sino después que estos lo han acorralado. Efectuado el disparo, el cazador suele cambiar de lugar pues el onza se abalanza en la dirección del humo. Si no es bastante afortunado para esquivar al furioso animal, éste lo arrojará al suelo con un golpe d e su pata delantera y seguidamente, habiendo asegurado a su presa posando sus patas sobre ella el onza la contempla un rato tranquilo. En semejante momento de peligro mortal ciertos cazadores han sido salvados por la presencia de ánimo y la destreza de sus compañeros que dispararon sobre la fiera.
Nuestros intentos de obtener uno de esos animales fueron en vano, en cambio encontramos muchos jabalíes y coatíes. A estos los hicimos salir de sus cuevas en las rocas mediante humo, ya que no había ninguna clase de perro capaz de realizar los servicios de nuestros perros zarceros. Recorrimos las campiñas a caballo y cazamos allí al cuendú, una especie de puerco espín que se trepa a los árboles y por medio de su cola prensil, al igual que ciertos monos, se sostiene de las ramas; el gran devorador de hormigas (tamanduá-bandeira), cuya figura caprichosa suele espantar a los caballos y el zorrino (jaratataca o maritataca) que por sus secreciones hediondas más de una vez nos obligó a desistir de su persecución. Entre las piezas que logramos apresar en los campos se contaban asimismo diversas aves, a saber varias especies de papagayos pequeños, perdices y colibríes.
En los bajos pantanosos (vargems), en las aguas estancadas y arroyuelos, el naturalista encuentra objetos menos nobles para saciar su sed de caza, a saber los grandes anfibios, boas y caimanes. ¡Cuánto nos sorprendimos cuando esta cacería nos llevó a una de las regiones más atractivas que pudimos ver en Brasil! Donde bajan los campos secos, cubiertos de taboleiros, se extendieron ante nuestros ojos praderas de pastos tiernos por cuya línea media se extiende un bosque ralo de majestuosas palmeras.