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Desde un principio, habíamos puesto nuestros ojos en Contendas como punto de partida para nuestras excursiones en procura de los productos del Sertáo, en particular los del reino animal y, en consecuencia, aceptamos gustosos la invitación insistente del párroco del lugar, de hospedarnos en su casa algunas semanas. El senhor Antonio Nogueira, Duarte estaba tan íntimamente relacionado con nosotros por su amor hacia la historia natural que no fue necesario insistir para convertirlo en activo auxiliar de nuestras empresas. Sus polifacéticos conocimientos, su espíritu claro, madurado durante una estada de varios años en Europa y por una gran experiencia de la vida, lo hacían ameno por la jovialidad de su carácter y la viveza de su vena humorística. Su compañía nos hacía olvidar la soledad del Sertáo y las penurias de las cacerías de los distintos animales que organizaba con entusiasmo. Los alrededores de Contendas y toda la región comprendida entre los afluentes occidentales del río Verde Grande y el río San Francisco, de características similares, recibe el nombre de Campos Gerais de S. Felipe, en contraposición a la denominación Gerais que los habitantes dan a la vecina región minera, más elevada, cubierta en gran parte por vegetación de pradera, situada en el valle del río S. Francisco, el Beira do Rio. En esa zona ondulada, de colinas de suelo calcáreo, las selvas de catingas, las campiñas en donde aparecen aislados arboles enanos y los bajos pantanosos ofrecen tres clases distintas de caza. Con ayuda de algunos cazadores aficionados y sus perros bien adiestrados fuimos a los montes en busca de la caza mayor: jabalíes, venados, onzas y tapires. La caza de este último es particularmente amena y al mismo tiempo no ofrece peligro. Varios cazadores se ubican en los bañados vecinos. Cada uno toma su puesto junto a un árbol corpulento, detrás del cual podrá buscar protección si el animal trata de embestirlo y espera allí al tapir que azuzado por algunos arrieros y los perros toma por los caminos usuales para internarse en el bosque. En las horas de espera que el cazador europeo pasa en esos lugares, puede abandonarse a las impresiones de la naturaleza idílica de la selva brasileña. Sus ojos recorren las formas extrañas de los árboles, de la fronda y de los frutos; observa la curiosidad de los moros que se aventuran a bajar hasta las ramas más expuestas para contemplar la desconocida aparición; la silenciosa guerra de los insectos, la actividad de las extensas caravanas de hormigas. A veces resuena el martilleo de los pájaros carpinteros o los graznidos de los ararás en medio de la silenciosa soledad, pero de pronto el bosque cobra vida. Aparece el tapir perseguido por la jauría de perros. Con la cabeza hacia adelante y el rabo enroscado se abre paso en línea recta a través de la espesura, derribando todo cuanto encuentra en su camino. El estruendo es tan grande que aun el cazador experimentado va a refugiarse tras su árbol para disparar desde allí a la presa en el cuello o en el pecho. Los brasileños se sirven de escopetas muy largas para estas cacerías. Algunos, más arriesgados, se atreven a clavar un puñal de hoja ancha en el pecho del tapir en su carrera, pero esto es siempre peligroso, pues si bien la bestia no puede atacar con los dientes o las uñas, es capaz de herir a su enemigo con un golpe violento de su trompa. En un mismo día tuvimos la fortuna de matar dos tapires viejos y capturar otro joven para ser domesticado. Esto no es tarea difícil. El tapir se vuelve tan manso como cualquier otro animal doméstico. 1 |
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