|
|
Páginas
1
2
3
4
(5)
6
7
8
|
|
El niño no reparó en todos estos detalles que
solo hubiera podido advertir un espectador de más edad. Solo vio una
cosa: eran hombres, y sin embargo se arrastraban como niñitos. Eran
hombres nada tenían pues de terrible, aunque algunos llevaran vestimentas
que desconocía. Caminó libremente en medio de ellos,
mirándolos de cerca con infantil curiosidad. Los rostros de todos eran
singularmente pálidos; muchos estaban cubiertos de rastros y gotas rojas.
Esto, unido a sus actitudes grotescas, les recordó al payaso
pintarrajeado que había visto en el circo el verano anterior, y se puso a
reír al contemplarlos. Pero esos hombres mutilados y sanguinolentos no
dejaban de avanzar, sin advertir, al igual que el niño, el
dramático contraste entre la risa de éste y su propia y horrible
gravedad. Para el niño era un espectáculo cómico.
Había visto a los negros de su padre arrastrarse sobre las manos y las
rodillas para divertirlo: en esta posición los había montado,
"haciendo creer" que los tomaba por caballos. Y entonces se
aproximó por detrás a una de esas formas rampantes, y
después, con un ágil movimiento, se le sentó a horcajadas.
El hombre se desplomó sobre el pecho, recuperó el equilibrio,
furiosamente, hizo caer redondo al niño como hubiera podido hacerlo un
potrillo salvaje y después volvió hacia él un rostro al que
le faltaba la mandíbula inferior; de los dientes superiores a la
garganta, se abría un gran hueco rojo franjeado de pedazos de carne
colgante y de esquirlas de hueso. La saliente monstruosa de la nariz, la falta
de mentón, los ojos montaraces, daban al herido el aspecto de un gran
pájaro rapaz con el cuello y el pecho enrojecidos por la sangre de su
presa. El hombre se incorporó sobre las rodillas. El niño se puso
de pie. El hombre lo amenazó con el puño. El niño, por fin
aterrorizado, corrió hasta un árbol próximo, se
guareció detrás del tronco, y después encaró la
situación con mayor seriedad. Y la siniestra multitud continuaba
arrastrándose, lenta, dolorosa, en una lúgubre pantomima, bajando
la pendiente como un hormigueo de escarabajos negros, sin hacer jamás el
menor ruido, en un silencio profundo, absoluto.
|
|
Páginas
1
2
3
4
(5)
6
7
8
|
|
Consiga Chickamauga de Ambrose Gwinett Bierce en esta página.
|
|
|
 |
|