https://www.elaleph.com Vista previa del libro "La Bolsa" de Julián Martel (página 7) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Lunes 06 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  5  6  (7) 
 

Iba acompañado de un joven, compatriota y correligionario suyo, que ejercía el comercio de mujeres, abasteciendo los serrallos porteños de todas las bellezas que proporcionan los mercados alemanes y orientales. También escribía en un diario de la tarde en cuyas columnas prestaba importantes servicios a los intereses judíos, consiguiendo muchas veces dirigir la opinión en favor de éstos. Era, además, presidente de un club de traficantes de carne humana, que tenía su local en las inmediaciones de una comisaría, y al cual la policía no se había permitido molestar nunca. Pero la profesión ostensible de aquel innoble personaje, era la de comerciante de alhajas, que le servía para encubrir su infame tráfico y dar un pretexto decente a sus continuos viajes al extranjero. Pálido, rubio, enclenque y de reducida estatura, sabe Dios qué extraños lazos le unían con el Barón de Mackser, al que parecía tratar con exagerados miramientos.

Como no conocía a Glow, el traficante de carne humana se quedó a algunos pasos de distancia, esperando a que su amigo acabase de hablar con el doctor. Guiñando los ojos, el Barón preguntó a éste - ¿Et comment allez vous, mon cher docteur?

Glow le dijo secamente que bien. Claramente se notaban sus deseos de separarse del judío, que no lo dejaba, hablándole en el único idioma común a los dos, en francés, porque el descendiente de Judas no conocía el español, y Glow no entendía el alemán. No ignoraba el doctor que aquel semita era un enviado de Rothschild, el banquero inglés, que lo había mandado a Buenos Aires para que operase en el oro y ejerciese presión sobre la plaza. Lo que el doctor no sabía era que Mackser tenía la consigna de acaparar, de monopolizar, con ayuda de un fuerte sindicato judío, a cuyo frente estaba él, las principales fuentes productoras del país. El único argentino que lo secundaba y a veces hasta dirigía, no tardará en aparecer, y quizá el lector haya previsto que no era otro que aquel por el cual acababa de preguntar Mackser al doctor. Por fin el Barón se despidió apresuradamente y fue a reunirse con el traficante de carne humana. Glow no acertaba a explicarse esta brusca separación, cuando vio que se acercaba pausadamente el célebre Carcaneli, llamado el rey de la Bolsa, el fénix de la especulación, el genio sin segundo que avasallaba la plaza con un gesto, con una operación, con un capricho, y que estaba destinado a morir loco y pobre en un apartado rincón de Italia, acometido por el delirio de las grandezas y el de las persecuciones, que le producían accesos furiosos durante los cuales se imaginaba ser el eje a cuyo alrededor giraban los millones de todos los mercados del mundo, y después la víctima perseguida por acreedores tan feroces y despiadados como Shylock. Aun hoy se ve, en el centro de la Avenida República, el palacio extravagante que edificó en el apogeo de su fama y de su fortuna, y que demostraba, por la rara disposición de su jardín estrambótico, muy cambiado ahora, el desorden mental que empezaba a trastornarlo, acosado por la ambición frenética de llegar a ser el árbitro de las finanzas argentinas, y trabajando por una vida de desórdenes y placeres que debilitaban su cerebro devorado por una fiebre que lentamente lo consumía. Era grande en todo. Generoso, bueno, espléndido, amado de la juventud, a quien estimulaba y protegía.

¡Pobre Carcaneli! ¿Quién no lo recuerda? Venido a América en el vientre de un vapor repleto de inmigrantes, había desembarcado en Buenos Aires con sus zapatos herrados, su mezquino equipaje de inmigrante engañado por las promesas de los agentes oficiales y trapisondistas, y su pintoresco traje de pana rayada. Lo acompañaba un primo suyo, Fracucheli, y juntos se pusieron a trabajar en calidad de peones de una empresa ferrocarrilera, consiguiendo, en tres años de cruentas privaciones, reunir entre los dos un corto capital que Carcaneli centuplicó rápidamente, gracias a su talento audaz y a su prodigiosa actividad, llegando a dominar la Bolsa con sus golpes atrevidos de especulador improvisado, y conquistándose una posición social muy en relación con sus méritos. Fracucheli se levantó con él y estaba a punto de fundar un Banco por acciones, con un capital formidable.

-Mi buen Carcaneli ¿qué se cuenta de nuevo?

-¿Huyó el Judas?

-Así parece, cuando te ha visto...Carcaneli se echó a reir. Huirle, a él, que no era ningún animal dañino. Se refería al Barón de Mackser, su antagonista, que con ayuda del sindicato que presidía lograba hacerle una de esas guerras sordas, terribles, de que suele ser teatro la Bolsa, y en las cuales los protagonistas se ensañan de un modo salvaje, aniquilándose, destruyéndose mutuamente, hasta quedar uno u otro fuera de combate, es decir, deshonrado o pobre, cuando no las dos cosas a la vez. Y el Barón evitaba siempre encontrarse con Carcaneli, temiendo un lance personal con el italiano, que estaba destinado a ser su víctima, suerte reservada a todo el que tenga la mala fortuna de entrar en lucha con los judíos. Carcaneli se reía, acariciándose las chuletas norteamericanas, negras, cuidadosamente afeitadas al nivel de la boca. Grueso y fornido, de regular estatura, ojos muy vivos, azules, sanguíneo, fuerte, miraba al judío que no sabía dónde meterse, y que acabó por desaparecer detrás de la puerta de la oficina de liquidación, mientras el italiano, despidiéndose de Glow, entró en la solitaria rueda y se paró delante de las pizarras. ¡Si no se hubiera ido tan pronto! Glow vio pasar, en medio de un estupor general que de improviso enmudeció todas las bocas, la alta y gallarda figura del que entonces era el héroe de todas las conversaciones, personaje casi legendario en los anales de la Bolsa estigmatizado por los unos, defendido por los otros, terror y asombro de los más. Había surgido de repente manejando capitales fabulosos, tirando el oro a todos los vientos, fundando casas de caridad, protegiendo las artes, aplastando a los más opulentos con sus soberbias fastuosidades. Había sufrido, había luchado en silencio, enriqueciéndose poco a poco, soportando con paciencia los vejámenes hechos a su miseria por la sociedad. Y ahora, rico ya, se erguía él solo contra la sociedad en masa, la desafiaba, se gozaba en producir inmensos kracks, arruinaba a amigos y enemigos, y sobre el tendal de víctimas inmoladas por su mano vengadora, se levantaba él, con su hermosa figura altanera, risueño, sereno, triunfante, invulnerable...Cuando el doctor se vio solo en aquel vasto salón que se iba despoblando poco a poco, sacó un habano, lo encendió, empuñó el paraguas como se empuña una espada, y con el aire arrogante de un oficial que marcha al f rente de su compañía, se dirigió hacia la puerta, cantando bajito:-La donna e mobile Qual piuma al vento, Muta d'acento E di pensiero...

 
Páginas 1  2  3  4  5  6  (7) 
 
 
Consiga La Bolsa de Julián Martel en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
La Bolsa de Julián Martel   La Bolsa
de Julián Martel

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com