-¿Quién es? -preguntó Glow.
-Hoy es nada menos que el dueño del stud Cucurucho, y candidato, según parece, para diputado a la legislatura de Buenos Aires.
-¿Ese?
-Sí, ése. ¿Y sabes lo que era hace un año?
-¿ Qué?
-¡Mozo -de café! ¡Cuántas veces recuerdo haberlo gritado porque no me despachaba pronto - ¡Qué cosas se ven en esta dichosa Bolsa! -observó Ernesto.
-Eso no es nada -dijo Glow. - Miren con disimulo a este señor muy alto y muy derecho que está a espaldas de nosotros.
-¿Al de capa?
-No, al que está a su lado. Uno que lleva un levitón hasta los talones.
-Ya lo veo. Es el dueño de aquel chalet tan bonito que estuvimos contemplando el otro día. ¿Recuerdas? - dijo Miguelín a Ernesto en voz muy baja.
-¿Cuál?
-Aquel del camino de Palermo, hombre. Ah! sí.
-Pues han de saber ustedes que ese caballero, hoy -nada menos que director de un sindicato, estuvo preso por estafa en la cárcel de Montevideo dijo Glow arrojando la colilla de su habano.
-¡Es posible!
-Como que yo lo vi por mis propios ojos en una visita que hice el otro verano a aquel establecimiento. Pero es preciso confesar que estos tipos son escasos en nuestra Bolsa - prosiguió el doctor después de una pausa durante la cual Miguelín y Ernesto examinaron con una mezcla de aversión y curiosidad al ex presidario. - Yo no sé cómo la cámara sindical abre las puertas de esta casa a ciertas personas.
-Es que ella no puede andar averiguando los pelos y señales de todos los que solicitan ser socios de la Bolsa. ¡Son tantos!
-Tienes razón. Más culpables son los que los presentan.
-Ligerezas que algún día se corregirán.
-O que no se corregirán nunca. Miguelín se puso un dedo en los labios. Un señor muy erguido, ya entrado en años, de pelo ceniciento y ralo, alto, de piernas larguísimas, tipo yanqui, vestido con un sobretodo gris de anchas solapas, pasó sonriendo plácidamente por junto a nuestros tres amigos, y los saludó con aire de impertinente protección.
-¡Qué facha! - dijo Glow, apuntalándose en el paraguas y mirando al yanqui. - Cualquiera diría que vale alguna cosa.
-¡Y vale, caramba si vale! -exclamó Miguelín.
-No lo conoces, cuando dices eso.
-Digo que vale.. . por todos los pillos habidos y por haber. Mira qué colega has echado. - Y Miguelín señalaba con el dedo a Ernesto el bulto del yanqui que aparecía y desaparecía entre los grupos distantes.
-Psché, hay tantos como ese en la rueda - contestó Ernesto.
-Antes obtenía una porción de proveedurías como por ejemplo aquella del ejército, que hizo morir de hambre a los pobres soldados de la frontera.
Qué trapisondas son las que hace hoy ese ciudadano? - interrogó Glow, que aunque sabía los malos antecedentes del yanqui, no estaba al corriente de todos los detalles en que se fundaban.
-Casi nada -dijo Ernesto con sorna. -Imagínese que él es su corredor...
-¡Dios me libre! - interrumpió Glow, haciendo un gesto de espanto.
-Amén. Pero lo pongo a usted en el triste, tristísimo caso, para que resulte más clara mi explicación.
-Si es as!, adelante.
-Pues como le iba diciendo, figúrese que el caballero de que hablamos es su corredor. Usted, como es natural, no anda siguiéndole los pasos, sino que procede como me hace el honor de proceder conmigo, es decir, le deja cierta libertad de acción, que él aprovecha de la siguiente manera: Compra los títulos, o el oro, o lo que usted le mande comprar; pero si resulta que se produce una suba favorable, en vez de correr a usted y decirle: «Señor Glow, tome sus títulos, ya tiene una ganancia de tanto,» se los guarda para si, y después de embucharse la diferencia, producto de su estafa, se presenta a usted, y con cara muy compungida, le dice: «Ah, doctor! discúlpeme; pero ¡ qué quiere! no me atreví a comprarle los títulos que me ordenó, porque me pareció que iban a bajar,» o «a subir», según usted juegue al alza o a la baja. Yo estoy acostumbrado a ver estas cosas todos los días. Se hacen de mil maneras diferentes, y ha llegado a suceder hasta que se alteren las anotaciones de las pizarras. Este delito, este verdadero delito, se designa entre nosotros con una palabra demasiado suave para calificarlo. Se llama gato.
Gato, una anotación falsa en la pizarra? dijo el doctor con acento de protesta. - ¡Eso es un crimen! ¡Cuánta pobre gente se guía por las anotaciones! ¿De manera que la sección comercial de los diarios suele no ser reproducción exacta del estado de la plaza?
-Es claro que no, porque los diarios lo que hacen es copiar las anotaciones de las pizarra, -No era desconocidas para Glow estas artimañas de los corredores; pero encontraba más decente aparentar ignorarlas.
-También sucede - prosiguió Ernesto - que a veces se ponen varios de acuerdo para hacer subir o bajar, como les convenga, el precio de las acciones o del oro, fingiendo hacer operaciones a precios que estén en el orden de sus conveniencias. La semana pasada ocurrió un hecho digno de contarse. Un cliente manda a un corredor de antecedentes dudosos que le compre mil acciones de la Territorial a un precio determinado. El corredor me ve a mí, se me acerca y me hace la siguiente proposición: «Don Fulano me dice - desea comprar tantas acciones de tal clase a tanto. Sé que usted tiene en su poder ese número de acciones. ¿ Quiere que hagamos una cosa? - ¿Cuál? - le pregunto. - «Finjamos u vendérmelas a un punto más y partimos la diferencia». Como ustedes se imaginarán, mi contestación fue darle la espalda. Pero media hora después vi anotadas en la pizarra mil acciones de las que él quería comprar, al precio mismo que me propuso hiciéramos el negocio: a un punto más de lo que valían. Aquel corredor había probablemente encontrado el cómplice que necesitaba.
-No era difícil - observó Glow haciendo un molinete con el paraguas.
-No crea, doctor; en nuestra Bolsa, a pesar de los abusos que en ella se cometen, y que nadie puede evitar, hay mucho honor, tal vez más que en ninguna otra Bolsa del mundo. Hay en la rueda personas que se levantarían la tapa de los sesos antes de cometer la menor irregularidad.
-Allí viene el Marqués. Háganse los que no lo ven, porque si no, es capaz de venir a pedirme plata prestada, y ya me tiene seco a pedidos -dijo Miguelín tapándose la cara con el pañuelo.
Miguelín aludía sin duda a cierto joven muy peripuesto y afiligranado que desfiló sin hacer alto en nuestros tres personajes, dejando en pos de sí impregnada la atmósfera de olor a jazmín de Guerlain.
-Lástima que sea apócrifo. Tiene tipo de noble.