Esta intimación, cuyo enérgico significado formaba gracioso contraste con el tono en que fue pronunciada, hizo volver a ambos amigos la cabeza.
-¡Oh! Don Miguelín, ¿qué hay de nuevo por esos andurriales?
Delgado, vivaracho, elegante y resuelto, Miguelín hizo una pirueta sobre sus talones: luego estiró el brazo en dirección a las pizarras, y con alegre acento dijo:
La Bolsa miren!
Qué cosa?
-La pizarra de la izquierda.
-Es inútil.
Por qué?
-Porque desde aquí no se distinguen las anotaciones.
-Es cierto, esto está muy oscuro... ¿ Saben cuánto he ganado con mis títulos de las Catalinas?... Tres mil seiscientos noventa y dos pesos.
-Has hecho el día - dijo con indiferencia el doctor, rascando la punta de su charolado botín con el extremo del paraguas.
-Y tú ¿vendiste tus acciones del Banco Nacional? -preguntó Miguelín un poco desconcertado por la indiferencia del doctor, a quien no podía hacer efecto la ganancia de su amigo, pues estaba acostumbrado a ganar o perder cantidades mucho mayores que la mencionada por Miguelín.
-Si, hoy en la primera rueda.
-¿Ganando mucho?
-Pregúntaselo a éste, que ha sido el corredor.
Glow señaló a Ernesto que acababa de sacar del bolsillo interior de su sobretodo, una cartera de cuero de Rusia.
-¡Negocio redondo! -exclamó el don Juan. Eran 3.500 acciones, compradas a 267, y las hemos vendido a 315.
-¡Demonio! ¡Esto es tener suerte! ¿De manera que de ayer a hoy has pichuleado?
-Saca la cuenta.
A esta indicación del doctor, Miguelín, con un movimiento que le era habitual, empezó a morderse las uñas, fijando la vista en el suelo.
Este Miguelín era un buen muchacho, muy querido en la Bolsa, rico, pero cauto, y poco amigo de lanzarse a las grandes empresas aventuradas. Jugaha al oro y a los títulos, más que por otra cosa, por seguir la corriente, exagerando siempre las proporciones de sus jugadas a los ojos de sus amigos, que seguramente le hubieran motejado de cobarde en caso de reconocer la exigüidad de sus operaciones. Llamábase Miguel Riz, pero sus íntimos le designaban familiarmente con el diminutivo de Miguelín.
-A ver... son ... son...
-168.000 pesos justos.
-Eso es.
-Lo que añadido a los 120. 000 que ganaste el lunes con el oro, viene a sumar...
-¡La mar con todos sus peces! - interrumpió el doctor encogiéndose de hombros y echando atrás la cabeza.
-A la verdad que da gusto ver cómo se gana el dinero en esta tierra de promisión - dijo Ernesto mojando con la lengua la punta de un lápiz niquelado, y trazando algunas cifras en el diminuto cuadernillo de su cartera.
-Lo que más gusto da es ganarlo -observó el doctor sonriendo.
-Ninguno mejor que tú lo sabe. Buenos millones te ha dado esta Bolsa.
-No puedo quejarme - y aquí el doctor afectó una naturalidad que estaba muy lejos de ser sincera.
-Ni tú ni nadie. Si esto es una Jauja, un Eldorado, un... ¡qué sé yo! ¿Quién es el que no está ¡hay rico, si basta salir a la calle y caminar dos cuadras para que se le ofrezcan a uno mil negocios pingües? La pobreza es un mito, un verdadero mito entre nosotros. Por eso los ingleses que tan buen ojo tienen para descubrir filones, están trayendo sus capitales con una confianza que nos honra. Los que me inspiran recelo son los judíos, que empiezan a invadirnos sordamente, y que si nos descuidamos acabarán por monopolizarlo todo.
Es lo que digo yo. - Y Glow habló pestes de los judíos.
« ¡Ya son dueños de los mercados europeos, y si se empeñan lo serán de los nuestros, completando así la conquista del mundo! -No, no hay que temerles tanto. El hecho es que el país se va a las nubes. Nuestra tierra es riquísima, goza de ilimitado crédito, se trabaja en ella; en fin, lo dicho, esto se va a las nubes.
-Y de la inmigración, ¿qué me dices?
-¡Qué quieres que te diga, hombre! 150.000 inmigrantes al año significan algo. Pronto la cifra ascenderá a 300.000.
-Este año parece que va a llenarse esa cifra.
-¿Y las sociedades anónimas? ¿Has visto tú nunca una abundancia igual de ellas?
Alegre rumor de estrepitosas carcajadas interrumpió el diálogo. Volviéronse los tres amigos y fijaron sus miradas curiosas en un grupo de personas que cerca de ellos había. Las risas eran producidas por la actitud tragicómica de un vejete desemblante cadavérico que, envuelto en un cavour negro, gesticulaba agarrándose una oreja, mientras arrojaba por la sumida boca espeluznante borbollón de atroces juramentos.
Existe entre la gente de Bolsa la estudiantil costumbre de darse entre sí todo género de bromas, siendo jurisprudencia establecida que no hay derecho a incomodarse, cosa, por otra parte, que a ninguno conviene, pues con el pretexto de curarlo del feo vicio de la necedad y retobamiento, todos hacen blanco en el que menos dispuesto se muestra a tolerar las burlas, salvo rarísimas y formidables excepciones. Pero en cambio se reconoce la facultad de devolver broma por broma, y tanto es así, que no hay parte alguna en que esté más en vigencia ni mejor interpretado aquello de «donde las dan las toman.»Por eso es la Bolsa una admirable escuela para los tontos y los vanidosos. Quieras que no allí se reforman los caracteres más altivos, los temperamentos más ásperos se suavizan, el hombre se hace más tolerante y más sociable. Esta saludable costumbre tiene por causa la necesidad de reposo que sienten los nervios continuamente distendidos por incesantes y profundas agitaciones.
La broma de que acababa de ser víctima el vejete, consistía en caldear el regatón de un bastón, para luego aplicarlo a la mano u oreja del primero que se encontrase al paso, lo cual debía producir la sensación más agradable del mundo, según podía colegirse por los visajes y aspavientos de la momia del cavour.
estos diablos parecen chicos de escuela algunas veces -dijo Glow pudiendo apenas contener la risa.
-Así es el hombre -arguyó Miguelín, que solía alardear de filósofo escéptico. -Miren cómo alborotan todos esos caballeros que después saldrán de aquí echándoselas de formales.
-¡Estás filosofando! -dijo Ernesto con aire de zumba. - Pero ya que tienes ganas de murmurar del prójimo, fíjate quién está allí.
-¿Dónde?
-Allí, aquel de bigotes grandes y cara de maniquí de sastrería, que le está metiendo partes y novedades al presidente del Banco de Italia.
-Conozco a ese pájaro - dijo Miguelín apoyándose en el brazo de un banco de nogal.