Deja todas las materias, sólo que en vez de irse por completo de la universidad elige asistir a las clases de caligrafía. No era una materia que le sirviera para nada, no formaba parte de su currículum y mucho menos ahora que había abandonado la facultad.
Simplemente decide escuchar las clases de caligrafía por gusto, atraído por la belleza y la elegancia de algunos posters que había visto publicados en la facultad.
Es una magra consolación, algo que puede parecer hasta un sinsentido. Y ahí tenemos a nuestro estudiante pobretón estudiando las distintas variedades tipográficas como un simple amateur (alguien podría pensar, más crudamente, como un loser).
Pasan los años y nos encontramos con este ex estudiante fallido, ya adulto, hablando ante un público nutrido.
Y explicando cómo ha unido los puntos.
Lo dice así, aunque en inglés: connecting the dots.
Este pobre fracasado habla ante otros estudiantes ciertamente más afortunados que él. Y les explica que, de alguna manera, misteriosa e incomprensible en aquel entonces, ese curso de caligrafía le dio un impulso decisivo en la dirección que poco después iba a tomar su vida.
Pero ¿por qué nos importarían las anécdotas de un pobre estudiante que nos cuenta su hobby?
Tal vez su nombre aclare un poco los tantos: ese chico que no tenía ni donde dormir es Steve Jobs, el fundador de Apple, uno de los hombres más exitosos y creativos de todos los tiempos, alguien que revolucionó nuestra sociedad, además de un empresario inmensamente rico.