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Ellos constituían el grupo de amistad más cercano a mis afectos, ¿Cómo le hice para ir coleccionando estos especímenes tan disímiles entre sí? Ocurrió de manera normal mientras caminaba por el boulevard de la vida.
Sin duda había empatía por cada uno de ellos, de alguna manera cada uno de ellos era un espejo sobre lo que se reflejaba aún cuando de manera difusa, un aspecto de mi ser y de mi personalidad. Con excepción de Ramón, al que más de una vez me cuestioné y nos cuestionamos el por qué seguíamos departiendo el vino y la sal una vez al mes. Recuerdo que una vez, al terminar la cena y con esa franqueza que proporciona una generosa ingesta de alcohol, me dijo.
–Si en estos tiempos te hubiera conocido, no sólo no buscaría tu compañía, sino que te detestaría incondicionalmente, pero cómo ya somos amigos, ni modo, no me gusta tu forma de pensar y sé que tú sientes lo mismo respecto a mí, pero me estimas y te estimo, así que... hay que chingarse y aguantarse.
–Salud –dije como respuesta.
Como me reunía alternadamente con ellos, todos los fines de semana estaban comprometidos, ora siendo anfitriones de la familia de alguno de ellos, ora visitando y cenando en la casa de otro.
Hasta ahí todo estaba bien, el problema fue cuando quise hacer una reunión con todos a la vez, sea por nuestra inmadurez, sea porque la sinceridad era un plus en cada uno de ellos, lo cierto es que la reunión no fue problema, el problema fueron los invitados. Dicha reunión fue un desastre y recibí una protesta unánime sobre mi atrevimiento.
Uno de ellos me espetó en la siguiente reunión con él.
–¿Cómo puedes pensar que yo puedo ser amigo de ese pinche burgués que tienes por amistad?
Y cuando me reuní con Ramón igual me dijo:
–Ese buey que tienes por amigo está loco, por favor, evita invitarme si va a estar ese imbécil.
Debido a esos desastrosos resultados, me volví extremadamente cuidadoso en seleccionar a quienes asistirían a las reuniones que se realizaban en mi casa, así que unas veces se hablaba de rock & roll y cine, en otras de política y en otras simplemente de problemas de trabajo.
Con Juan M. siempre se comentaba sobre las enseñanzas de Don Juan, de lo bien que nos caería comer alguna vez peyote, o lo interesante que sería estar en un sitio de poder absorbiendo energía cósmica, nuestro comportamiento era muy parecido al de los izquierdistas de café que antes de regresar a su trabajo pasan por el espejo para acomodarse la corbata.
Con todo, eran las reuniones que más disfrutaba, ora comentando con ardor el libro “El Misterio de las Catedrales” de Fulcanelli, ora sobre la teoría de que el rey Pakal, señor de Palenque era un astronauta o de que las profecías de Nostradamus se estaban cumpliendo, yo recitaba, cómo niño en ceremonia escolar, párrafos completos del libro “El retorno de los Brujos” de Louis Pauwels y Jaques Bergier (Bergier, 1960) Libro que, sobra decirlo, me impresionó un buen tiempo.

 
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Por veredas de magia y chamanismo de José Luis Cortés Peñaloza   Por veredas de magia y chamanismo
de José Luis Cortés Peñaloza

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