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Paseó lentamente sus ojos alrededor de la mesa y sorprendí en ellos una chispa maliciosa.

-No soy versado en la cortesía de las controversias eclesiásticas -comenzó con aire modesto; luego pareció dudar.

Se escucharon voces de aliento: "¡Continúe, continúe!" Y el doctor Hammerfield agregó:

-No tememos la verdad que pueda traernos un hombre cualquiera... siempre que esa verdad sea sincera.

-¿De modo que usted separa la sinceridad de la verdad? -preguntó vivamente Ernesto, riendo.

El doctor Hammerfield permaneció un momento boquiabierto y terminó por balbucir:

-Cualquiera puede equivocarse, joven, cualquiera, el mejor hombre entre nosotros.

Un cambio prodigioso se operó en Ernesto. En un instante se trocó en otro hombre.

-Pues bien, entonces permítame que comience diciéndole que se equivoca, que os equivocáis vosotros todos. No sabéis nada, y menos que nada, de la clase obrera. Vuestra sociología es tan errónea y desprovista de valor como vuestro método de razonamiento.

No fue tanto por lo que decía como por el tono conque lo decía que me sentí sacudida al primer sonido de su voz. Era un llamado de clarín que me hizo vibrar entera. Y toda la mesa fue zarandeada, despertada de su runrún monótono; y enervante.

-¿Qué es lo que hay tan terriblemente erróneo y desprovisto de valor en nuestro método de razonamiento, joven? -preguntó el doctor Hammerfield, y su entonación traicionaba ya un timbre desapacible.

Vosotros sois metafísicos. Por la metafísica podéis probar cualquier cosa, y una vez hecho eso, cualquier otro metafísico puede probar, con satisfacción de su parte, que estabais en un error. Sois anarquistas en el dominio del pensamiento. Y tenéis la vesánica pasión de las construcciones cósmicas. Cada uno de vosotros habita un universo su manera, creado con sus propias fantasías y sus propios deseos. No conocéis nada del verdadero mundo en que vivís, y vuestro pensamiento no tiene ningún sitio en la realidad, salvo como fenómeno de aberración mental... ¿Sabéis en qué pensaba cuando os oía hablar hace un instante a tontas y a locas? Me recordabais a esos escolásticos de la Edad Media que discutían grave y sabiamente cuántos ángeles podían bailar en la punta de un alfiler. Señores, estáis tan lejos de la vida intelectual del siglo veinte como podía estarlo, hace una decena de miles de años, algún brujo piel roja cuando hacía sus sortilegios en la selva virgen.

Al lanzar este apóstrofe, Ernesto parecía verdaderamente encolerizado. Su faz enrojecida, su ceño arrugado, el fulgor de sus ojos, los movimientos del mentón y de la mandíbula, todo denunciaba un humor agresivo. Era, empero, una de sus maneras de obrar. Una manera que excitaba siempre a la gente: su ataque fulminante la ponía fuera de sí. Ya nuestros convidados olvidaban su compostura. El obispo Morehouse, inclinado hacia delante, escuchaba atentamente. El rostro del doctor Hammerfield estaba rojo de indignación y de despecho. Los otros estaban también exasperados y algunos sonreían con aire de divertida superioridad. En cuanto a mí, encontraba la escena muy alegre. Miré a papá y me pareció que iba a estallar de risa al comprobar el efecto de esta bomba humana que había tenido la audacia de introducir en nuestro medio.

-Sus palabras son un poco vagas -le interrumpió el doctor Hammerfield-. ¿Qué quiere usted decir exactamente cuando nos llama metafísicos?

-Os llamo metafísicos -replicó Ernesto- porque razonáis metafísicamente. Vuestro método es opuesto al de la ciencia y vuestras conclusiones carecen de toda validez. Probáis todo y no probáis nada; no hay entre vosotros dos que puedan ponerse de acuerdo sobre un punto cualquiera. Cada uno de vosotros se recoge en su propia conciencia para explicarse el universo y él mismo. Intentar explicar la conciencia por sí misma es igual que tratar de levantarse del suelo tirando de la lengüeta de sus propias botas.

-No comprendo -intervino el obispo Morehouse-.

Me parece que todas las cosas del espíritu son metafísicas.

Las matemáticas, las más exactas y profundas de todas las ciencias, son puramente metafísicas. El menor proceso mental del sabio que razona es una operación metafísica. Usted, sin duda, estará de acuerdo con esto.

-Como usted mismo lo dice -sostuvo Ernesto -, usted no comprende. El metafísico razona por deducción, tomando como punto de partida su propia subjetividad; el sabio razona por inducción, basándose en los hechos proporcionados por la experiencia. El metafísico procede de la teoría a los hechos; el sabio va de los hechos a la teoría. El metafísico explica el universo según él mismo; el sabio se explica a sí mismo según el universo.

-Alabado sea Dios porque no somos sabios -murmuró el doctor Hammerfield con aire de satisfacción beata.

-¿Qué sois vosotros, entonces?

-Somos filósofos.

-Ya alzasteis el vuelo -dijo Ernesto riendo -. Os salís del terreno real y sólido y os lanzáis a las nubes con una palabra a manera de máquina voladora. Por favor, vuelva a bajar usted y dígame a su vez qué entiende exactamente por filosofía.

-La filosofía es... -el doctor Hammerfield se compuso la garganta- algo que no se puede definir de manera comprensiva sino a los espíritus y a los temperamentos filosóficos. El sabio que se limita a meter la nariz en sus probetas no podría comprender la filosofía.

Ernesto pareció insensible a esta pulla. Pero como tenía la costumbre de derivar hacia el adversario el ataque que 1e dirigían, lo hizo sin tardanza. Su cara y su voz desbordaban fraternidad benigna.

-En tal caso, usted va a comprender ciertamente la definición que voy a proponerle de la filosofía. Sin embargo, antes de comenzar, lo intimo, sea a hacer notar los errores, sea a observar un silencio metafísico. La filosofía ea simplemente la más vasta de todas las ciencias. Su método de razonamiento es el mismo que el de una ciencia particular o el de todas. Es por este método de razonamiento, método inductivo, que la filosofía fusiona todas las ciencias particulares en una sola y gran ciencia. Como dice Spencer, los datos de toda ciencia particular no son más que conocimientos parcialmente unificados, en tanto que la filosofía sintetiza los conocimientos suministrados por todas las ciencias. La filosofía es la ciencia de las ciencias, la ciencia maestra, si usted prefiere. ¿Qué piensa usted de esta definición?

-Muy honorable... muy digna de crédito -murmuró torpemente el doctor Hammerfield.

Pero Ernesto era implacable.

-¡Cuidado! -le advirtió-. Mire que mi definición es fatal para la metafísica: Si desde ahora usted no puede señalar una grieta en mi definición, usted será inmediatamente descalificado por adelantar argumentos metafísicos. Y tendrá que pasarse toda la vida buscando esa paja y permanecer mudo hasta que la haya encontrado.

 
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