PRÓLOGO
"El búho de Minerva ya no levanta vuelo en el crepúsculo". La
frase de Hegel escrita en junio de 1820 carece hoy de valor. La filosofía ha
perdido su largo plazo. Es ridículo hacer la pose del que reflexiona en el borde
de un acantilado mirando la caída del sol. La actualidad es vertiginosa y a las
tendencias se les borra la curva mientras se las diagrama. Pero no por eso
vivimos en un mundo de ignorancia. No se trata de tinieblas, sino, por el
contrario, de la persistencia de la luz.
Nuestra época tiene sus luces, pero son fogonazos. No son las
luces del siglo XVIII, las de la claridad racional que nos hace libres en un
mundo de valores. Ni son las del progreso científico que nos lleva al bienestar
o a cualesquiera de las formas de la felicidad. Los rayos de hoy entran y salen
como aves de paso o de rapiña...
La Argentina es un país en el que el plazo ya no existe. La
actualidad se caracteriza por una agitación permanente. Es espasmódica. A veces
parece tener el temblor de la agonía previo al descanso final. James Neilson,
nuestro mejor analista político, dice que la Argentina es un país agotado.
Padece la misma fuga de ideas del que tiene stress. Es una velocidad
sufrida que no nos permite pensar. No hay proyectos porque poco y nada se puede
prever. Cada día es definitivo y mañana cualquier cosa puede pasar. Las
instituciones están al servicio del dinero. Ya no sólo son permeables a él sino
que se han constituido en su instrumento. El Estado está financieramente
quebrado. El mercado capitalista pierde capitales, profesionales y oportunidades
de inversión. La espera de largas filas en las embajadas de España e Italia es
cotidiana, y a los Estados Unidos se viaja sin visa con la esperanza de algún
intersticio para quedarse.
Lamentos de pesimista hay muchos. No creo que encuentren ese
tono en este libro. Describo una realidad que en nuestro país se ve cuando se
sale a la calle. Vivimos una depresión económica como la que tuvo el Norte en el
29, pero sin New Deal a la vista.
En la Argentina lo mejor que se cotiza son las leyendas.
Conforman lo que Stefan Zweig llamaba el mundo de ayer al referirse a la
destrucción de la vida vienesa de su juventud. Nosotros estamos poblados de
mundos de ayer, a veces parecen ser más numerosos que los de hoy, al menos son
merecedores de una multiplicada simbología. Nuestros narradores y fantasistas
aún evocan al napolitano del puerto, al gallego de la despensa, al proveedor
turco, al comerciante judío.