Pero nuestra historia no tiene un tiempo continuo, está
fragmentada. Es un atentado a la memoria. No se acumulan los recuerdos para ser
capturados por el ensueño de la rememoración. No somos el viejo viudo bajo el
árbol que ve jugar a sus nietitos mientras piensa en su querida mujer y en su
juventud. Tenemos la memoria de los pueblos y los individuos trasplantados. Una
memoria sísmica, carente del tiempo lento y continuo del pensamiento edificante.
Así son las marcas que dejan las demoliciones. Hay quienes dicen que si no
conocemos nuestra historia no podemos entender el presente. Es una ilusión,
nuestra historia nos es ajena. La Década Infame, Yrigoyen, Caseros, el mundo de
Pío Collivadino o de Quinquela, el del jorobadito, nos son tan cercanos como las
hazañas islandesas con las que se encantaba Borges. La historia que nos llega e
importa es la que hemos vivido, depende de nuestro tiempo biológico. Y para un
saber del presente generalmente alcanza.
El futuro existe pero no tiene nombre ni rostro. Ni aquí en
nuestra querida Argentina ni en ninguna parte del mundo. Ningún financista,
ningún experto, pudo prever los cambios en el mercado financiero internacional
desde mediados de la década del noventa. Nadie puede anticipar los próximos
efectos de la globalización. Nadie puede anticipar nada. Ni los apocalípticos
que ya tienen fecha para el agotamiento energético del planeta, ni los que
auguran un futuro hombre clonado, incrustado de chips que lo harán navegar por
nuevos mundos virtuales. La vida está lanzada al aire con la dirección de un
enjambre de abejas sacudido por un tifón.
Pero nosotros en la Argentina tenemos otra dimensión temporal.
Hoy las regiones ya no sólo se dividen por el grado de su desarrollo económico
sino por su visión del tiempo. En el mundo capitalista del Primer Mundo el
tiempo está inducido por la repetición. La idea de que un plazo puede ser largo
permite pagar la educación universitaria de un recién nacido según un plan de
cuotas; o, con temporalidad revertida, fijar un contrato con un estudiante para
que devuelva el dinero de su beca en los primeros diez años de su profesión. Un
tiempo así hace mucho que no existe en nuestro país.