Alejandro señaló la ensalada sobre la mesa.
-¿Te sirvo más? -le preguntó a Ana quien aún lo miraba
desconcertada.
-¡No, gracias! Ya no.
Alejandro tomó un poco de ensalada, la sirvió en su propio
plato y luego continuó:
-Creo que al abandonar la facultad defraudé a mi padre.
Ana meneó la cabeza.
-¡Oh, no! No lo creo. El debe estar orgulloso de ti pues eres
un excelente escultor.
-El ya no está. Murió hace algunos años.
Ana bajó la mirada apenada.
-¡Oh! Lo siento.
-No te preocupes -le dijo Alejandro sin inmutarse-. En realidad
él y yo no llevábamos una relación muy estrecha, ya sabes: "el padre
responsable, proveedor de la casa". A mi madre y a mí, nunca nos faltó nada,
excepto él. En fin.
Ana, sintiéndose culpable de aquel momento, trató de pasar a
otro tema:
-Me imagino que debes sentirte muy satisfecho con tu trabajo,
es decir, haces lo que te gusta y eres reconocido, y pronto lo serás más.
Alejandro sonrió ampliamente mientras levantaba su copa de vino
y la llevaba a los labios:
-Creo que sí. Aunque tampoco podría llamarle a esto una
sinecura -Alejandro levantó su mirada y atisbó sobre su copa la expresión de
Ana. Tal como se lo había imaginado se había dibujado en su rostro un mohín de
incomprensión-, ¿sabes qué es sinecura?
-No -se apresuró a responder Ana. Luego se percató de que era
la tercera vez, desde que se habían conocido, que le preguntaba si sabía el
significado de alguna palabra.