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Ana sonrió para sí. Le agradaba más la firma: "A. Duval", tal como la había visto en el museo; tenía ya un aire de prestigio.

Desenvolvió y abrió la caja. Dentro de ellas se encontraban una fina cajita musical de hermoso acabado cuyas melodiosas notas comenzaron a contagiar el aire de romance y nostalgia al momento de abrirla. También había una pequeña muñeca envuelta cuidadosamente en celofán. Ésta última, sin embargo, no parecía provenir de la tienda de regalos pues en una de sus piernitas se leía con letras muy pequeñas: "Duval" por lo que Ana concluyó que él mismo la había hecho. El cuerpo era de trapo, pero la carita, que estaba elaborada muy artísticamente, parecía estar hecha de porcelana color rosado.

¡No, no! Aquello no era porcelana, más bien parecía...

Ana desgarró presurosa el celofán y palpó con sus dedos la carita de la muñeca. Sin duda el material era el mismo que tenía la superficie de la escultura del museo. ¡Se sentía tan terso y suave! No era ningún tipo de tela, tenía que ser algo diferente. Un cosquilleo recorrió su cuerpo. La duda la aguijoneaba. Se enteraría de lo que eso era a como diera lugar. Y quizá sería esa misma tarde.

Corrió a su teléfono, descolgó el auricular y marcó el número de Alejandro Duval.

 

 

La puerta se abrió. Primero entró Ana y después Alejandro.

?¿Te gustaron los regalos? ?preguntó él mientras cerraba la puerta tras sí.

?¡Claro! No sabía que también hicieras muñecas.

?Esa la hice especialmente para ti.

Ana lo tomó de un brazo y lo miró a la cara.

?Es el mismo material que usaste para la escultura del museo, ¿no es cierto? Sabes, he decidido que ya no escribiré sobre ti si no me dices cómo lo haces.

Alejandro sonrió despreocupado.

 
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