Luego, por unos instantes, el hombre anquilosó su mirada en Ana
sin agregar palabra. Ella comenzaba a incomodarse cuando por fin él continuó:
-No te había visto antes, ¿es la primera vez que vienes?
-¿Al museo? Digamos que últimamente, sí.
-¿Cómo te llamas?
-Ana.
El hombre le extendió su mano:
-Muy bien, Ana, yo me llamo Alejandro, Alejandro Duval.
Ana sonrió y estrechó su mano.
-Creo que debe ser un placer conocer un artista como tú
-dijo en tono jocoso-, por otro lado, también es un buen truco para captar
la atención de una chica sin compañía en un museo.
Alejandro meneó la cabeza con su indefectible gesto festivo:
-No me crees, ¿verdad? ¡Mira!
Le señaló una placa al pie de la escultura que decían: "A.
DUVAL". Ana la observó y levantó nuevamente su mirada hacia Alejandro todavía
incrédula.
-Bien, ¿y cómo compruebas que tú...?
Casi automáticamente, Alejandro sacó su billetera y de ella una
pequeña credencial que le mostró a Ana. En ella era acreditado por el Instituto
de Artes como: "Alejandro Duval De Musset. Escultor". Ana leyó la tarjeta y
agregó apenada:
-¡Vaya! Pues, disculpa mi incredulidad.
-No te preocupes -dijo Alejandro, mientras tomaba de vuelta su
credencial y la guardaba cachazudo-, en realidad aún no soy muy conocido. Esta
es una de mis primeras obras.
Ana levantó los brazos con entusiasmo.