-¡Magnífico! -exclamó- No me iré hasta ver como lo haces.
Alejandro sonrió seráfico.
-Eso, por supuesto -convino.
-¡Vaya! Me alegro que te hayas decidido mostrármelo. Creí que
nunca lo harías. ¡No sé de lo que hubiera sido capaz con tal de averiguarlo!
Alejandro la miró con un particular destello sardónico en sus
ojos, le sonrió y luego con mesurada expresión de seriedad convino:
-Nadie sabe nunca de lo que es capaz.
Ana, aún vibrante de emoción, no puso mucha atención al
críptico comentario.
-Primero, tomemos algo para celebrar -agregó Alejandro e invitó
a Ana a pasar nuevamente a la sala.
-Toma asiento -le propuso Alejandro mientras se dirigía a una
pequeña cantina-. ¿Qué deseas tomar?
-Mira, solamente algo muy suave -le contestó Ana.
-¿Brandy?
-Está bien.
Alejandro sacó una botella y llenó a medias dos copas. Puso dos
cubos de hielo en cada una. Subrepticiamente sacó una pequeña pastillita, la
deshizo entre sus dedos y la vertió en una de las copas, la cual llevó a Ana.
-Toma.
Ana extendió su mano y tomó la copa.
-¡Por tu triunfo! -le dijo y bebió un sorbo- Y ahora dime,
¿cómo logras ese efecto en la superficie de tus esculturas?
Alejandro la miró fijamente. Acercó su mano y acarició su
mejilla. Ana ahora sintió sus dedos helados, casi quemándole.