La experiencia no se improvisa, ni pueden improvisarse sus conclusiones. La formación de ideas generales, en una raza o en un filósofo, es el resultado natural de una experiencia progresivamente adquirida; ella pone sus bases: en la observación y el experimento, que han permitido la constitución de las ciencias de la naturaleza, desde que el pensamiento de los renacentistas se emancipó del dogmatismo teológico. Los ideales -faros de toda evolución cultural- son anticipaciones hipotéticas sobre los resultados de la experiencia venidera, tanto más legítimos y eficaces cuanto mayor es su fundamento en la presente. Un ideal un esfuerzo imaginativo hacia la perfección y ésta es aquella parte del presente que sobrevive para seguir evolucionando en el porvenir.
Cuanto mayor es la actual experiencia lógica, más segura será la tabla ideal de valores que oriente las creencias del individuo y las verdades de la cultura colectiva; la más honda experiencia moral contribuirá mejor al advenimiento de la dignidad en el hombre y la justicia en la nación; una mayor vastedad de la experiencia estética pondrá emociones más duraderas en la belleza que el artista forja y aumentará la armonía que sienten las razas dentro de su naturaleza. La legitimidad de esos ideales, para los Individuos y para las sociedades, mídese al fin por su correlación con la realidad futura, que es perfección de la presente. En un nuevo sistema, que diríamos <idealismo experimental>, la experiencia sería el fundamento de los ideales que la exceden y por ella se medirían los nuevos valores lógicos, estéticos y morales.
La cultura global de la humanidad varía de siglo en siglo, emigrando de clima en clima y de raza en raza. Los problemas básicos de la filosofía son hablados, por cada época, en un idioma nuevo. Las razas viejas y sus filósofos tienen ya su, idioma hecho rutina y siguen pensando en él; las nuevas, que aún no tienen definido uno propio, aprenden el de su época, el nuevo. Y en la continuidad de la reflexión humana sobre, los grandes problemas que exceden a la experiencia, las razas viejas que no consiguen aprender el verbo nuevo -y si lo hablan no dejan de conservar el acento originario- van pasando la antorcha simbólica a las razas jóvenes que se lo apropian completamente y en él expresan los balbuceos de su pensar. Ninguna sociedad humana ha conservado perennemente la hegemonía a de la cultura. La historia de la filosofía mira al soslayó las civilizaciones primitivas, toma grandes nombres en Oriente, se detiene en Grecia, se distrae en Roma, se apaga en las teologías medievales, renace en Italia, divaga en Francia, pasea por Inglaterra, revolotea en Alemania, se emulsiona en la homogénea Europa actual y apunta en Estados Unidos: Con el cetro de la civilización recogen ellos la antorcha del pensar, cuyos nombres iniciales son los de Emerson y Jarnes, Su raza en formación es la única que encuentra un «sentido nuevo» a los problemas filosóficos: con Emerson la religión naturalista del ideal moral y con James la adaptación de la verdad en función de su tiempo.