Después de los negros hay interés sobre todo en las colonias por conocer el número de blancos criollos, que yo llamo hispanoamericanos, y el de los blancos nacidos en Europa. No es fácil obtener nociones suficientemente exactas sobre punto tan delicado. En el Nuevo Mundo, como en el antiguo, el pueblo detesta los empadronamientos, porque piensa que se hacen para aumentar la masa de los impuestos. Por otra parte, los administradores enviados por la metrópoli a las colonias no gustan más que el pueblo de las nóminas estadísticas, y esto por razones de una política recelosa. Difícilmente se escapan a la curiosidad de los colonos estas nóminas fatigosas en su ejecución. En Madrid, aunque ministros instruidos de los verdaderos intereses de la patria, hayan deseado de vez en cuando obtener informaciones fidedignas sobre la creciente prosperidad de las colonias, las autoridades locales no han secundado por lo general miras tan útiles. Han sido necesarias órdenes directas de la corte de España para que se entregasen a los editores del Mercurio Peruano las excelentes nociones de economía política que han publicado. En México, y no en Madrid, fue donde oí vituperar al virrey conde de Reviggagigedo, por haber enseñado a la Nueva España entera que la capital de un país que tiene alrededor de seis millones de habitantes no contenía, en 1790, sino 2.300 europeos, mientras que se contaban ahí más de 50.000 españoles-americanos. Los que proferían tales quejas consideraban como una de las más peligrosas concepciones del conde de Florida blanca el hermoso establecimiento de los correos, por medio de los cuales viaja una carta de Buenos Aires a Nueva California; y aconsejaban (felizmente sin éxito) arrancar las viñas en Nuevo México y en Chile para beneficiar el comercio de la metrópoli.
Con los indígenas Cumaná
El camino entre los bambúes nos llevó al poblezuelo de San Fernando, ubicado en un llano angosto, rodeado de peñas calcáreas muy escarpadas. Era la primera misión que veíamos en América. Las casas, es decir, las cabañas de los indios Chaimas, separadas tinas de otras, no están rodeadas de huertos. Las calles. anchas y bien alineadas, se cortan en ángulos rectos; y las tapias, muy delgadas y pocos sólidas, son de tierra gredosa y están sostenidas mediante bejucos. Esta uniformidad de construcción, el aire grave y taciturno de los habitantes, la