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Nació en Quilmes, Provincia de Buenos Aires, el 4 de agosto de 1841. Obras escritas en inglés: Birds of La Plata, The Naturalist of U Plata; Idle Days in Patagonia; A Hind in Ricbmond Park; Far Away and Long Ago; The Purple Land; El Ombú, Story of a Griebald Horse y Marta Riquelme. Falleció en Londres, el 18 de agosto de 1922.

La mayoría de sus libros, los consignados, aquí no completan su "opera omnia" han sido traducidos al castellano.

Hudson, excelente narrador de paisajes y hechos de la pampa argentina, es una presencia actuante en nuestra literatura.

Será necesario informar al lector, poco familiarizado probablemente con los acontecimientos políticos del año 1829 en Buenos Aires, que el fin de este año fue más memorable por los tumultos de carácter revolucionario que los demás. Mientras duraron estos disturbios, los detenidos de la prisión de la ciudad, aprovechándose de la agitación de fuera y de la debilidad de su guardia, intentaron recobrar su libertad. No obraban sin precedente, y si las cosas hubiesen seguido su curso usual, hubieran conseguido colocarse, sin duda, fuera de la, tiranía opresiva de las leyes criminales. Desgraciadamente para ellos, la guardia los descubrió a tiempo y les hizo fuego; varios fueron muertos o heridos, y al cabo fueron vencidos; pero no antes de que media docena de ellos hubiesen conseguido fugarse.

Entre los. pocos favorecidos de la fortuna se hallaba Pelino Viera, preso que había sido encontrado culpable, sin circunstancias atenuantes, de haber asesinado a su mujer. A pesar del estado desordenado del país, la tragedia había producido gran sensación, debido a las circunstancias inusitadas que la acompañaban.

Viera era un joven de buena posición y estimado por todos a causa de la dulzura de su carácter; se había casado con una mujer bellísima, y todos los que le conocían creían que le profesaba el más tierno amor. ¿Cuál fue, pues, el móvil del crimen? El misterio quedó sin resolución en el proceso, y el elocuente abogado que defendió a Viera se encontró evidentemente» en grandes aprietos, pues la teoría que estableció fue calificada por el juez de Primera Instancia, que presidió el proceso, de inverosímil, y hasta absurda, Se trataba de hacer pasar a la mujer de Viera por sonámbula; que vagando por su dormitorio había dejado caer un espadín que estaba colgado de la pared, y que, al caer, le atravesó el pecho, y que Viera, fuera de sí por tan repentina y terrible calamidad, no había podido dar cuenta de lo que había sucedido, sino que había disparatado incoherentemente cuando lo encontraron inclinado sobre el cadáver de su esposa. El acusado mismo no quería despegar los labios para confesar, ni para negar su crimen, pero aparecía, mientras duró el proceso, como quien está agobiado por una gran desesperación. Fue, por consiguiente, sentenciado a ser fusilado; los que le vieron regresar a su calabozo sabían muy bien que no había ninguna probabilidad de que conmutara la pena, ni aun en un país donde a menudo se consigue el perdón con sólo pedirlo; pues los pacientes del desgraciado se hallaban a muchas leguas de distancia e ignoraban su desesperada situación, mientras que los parientes de su mujer no tenían más anhelo sino que le aplicaran la última pena.

Inesperadamente, cuando el joven asesino de su esposa imaginó que sólo le quedaban dos días de vida, sus compañeros de prisión le sacaron del calabozo y desde aquel momento desapareció totalmente. Escondida en el jergón que había ocupado se encontró la confesión siguiente, escrita con lápiz en unos cuantos pliegos de papel de Barcelona, que era costumbre dar a los presos para hacer sus cigarrillos.

El alcaide había conservado el manuscrito con otras curiosidades de la prisión y después de su muerte, que ocurrió hace muchos años, cayó por casualidad en mis manos.

No voy a estremecer al lector esclarecido y científico, expresando creencias en esta confesión, sino presentársela fielmente. La hechicería está muerta y sepultada en Inglaterra, y si alguna vez sale, de su sepultura cubierta de yerbas, llega hasta nosotros con nombre nuevo y bonito, y no se la puede reconocer cómo esa cosa maléfica que solía turbar la paz de nuestros antepasados. Pero en el país de Polino Viera esto todavía una realidad y un poder. Es cosa común allí el ser alarmado a media noche por agudas y estridentes carcajadas histéricas que se oyen en las nubes; esto se llama la carcajada de las brujas, y algo de lo que se supone ser causa de ella puede verse en lo que sigue.

Mi padre vino a esta ciudad, cuando todavía era muy joven en calidad de agente de una casa de comercio de Lisboa.

Con el tiempo prosperó mucho y durante más de veinte años figuré como uno de los principales comerciantes de Buenos Aires. Al fin resolvió abandonar los negocios y pasar el resto de sus días en su país.

La idea de ir a Portugal era intolerable para mi; yo era argentino de nacimiento y educación y consideraba a los portugueses como un pueblo de que sólo sabíamos que eran de la misma raza que los brasileños, nuestros enemigos naturales. Mi padre cedió y resolvió dejarme; tenía nueve hijos y no le costaba mucha pena privarse de mí; mi madre tampoco consideraba nuestra separación como una calamidad, pues yo no fui nunca su hijo favorito. Antes de embarcarse, mi padre tomó sus medidas para que nada me faltara en su ausencia. Sabiendo que yo prefería la vida del campo, me dio una carta para don Pascual Roldán, rico propietario de los Montes Grandes, distrito de pastoreo al Sur de la Provincia; y me dijo que fuera a vivir con Roldán que sería un segundo padre para mí. También me dio a entender que dejaba depositada en manos de su viejo amigo una suma de dinero para que yo comprara algunas tierras.

Después de despedirme de los míos a bordo, remití una carta a don Pascual anunciándole mi próxima visita, y pasé unos cuantos días haciendo los preparativos para mi vida de campo.

Mandé mi. equipaje por la diligencia y procurándome luego un buen caballo, salí de Buenos Aires con idea de viajar a mi gusto hasta el Espinillo, donde estaba la propiedad de Roldán. Atravesaba lentamente los campos, informándome de mi camino y pasando la noche en alguna aldea o alguna estancia.

En la tarde M tercer día llegué a ver el Espinillo; un. peón me lo indicó; sólo se vela una franja azul de árboles en el lejano horizonte.

Hallándose cansado mi caballo, a poca distancia de mi camino me apeé y seguí andando por entre árboles de tala.

Aquí el ganado había hecho desaparecer el pasto. Profundo silencio reinaba en la tierra; no se oía más que el murmullo lejano del ganado y a veces un ave silvestre rompía a cantar cerca de mí. Esta tranquilidad de la naturaleza alegró mi corazón; no podía yo desear mejor acogida.

Repentinamente oí agudas voces de mujeres que discutían; parecía que estaban muy enojadas y algunas de las expresiones que empleaban eran terribles. No tardé en encontrarlas.

Una de ellas era una vieja marchita, de cabellos blancos, harapienta y llevaba en los brazos un haz de palos secos. La otra era joven y vestía traje verde oscuro; estaba pálida de cólera, y la vi asestar a la vieja un golpe tal que la hizo bambolearse y soltar el manojo de palos.

En este momento me divisaron.

 
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La confesión de Pelino Viera de Guillermo Enrique Hudson   La confesión de Pelino Viera
de Guillermo Enrique Hudson

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