La joven tenía un chal gris con franja verde en el brazo, y al verme se ocultó la cara con él y desapareció por entre los árboles, La otra recogió como pudo la leña y se escapó en dirección opuesta. Cuando me acercaba a ella apretaba el paso y me dejaba atrás.
Continué mi jornada, y saliendo al poco tiempo del camino me encontré delante de la casa que buscaba.
Don Pascual no había visitado a Buenos Aires hacía muchos años, y ya no le recordaba.
Era un señor entrado en años, robusto, de cabellos blancos que usaba largos, de rostro agradable, franco y fresco. Me abrazó con alegría, me hizo cien preguntas y charló y se rió incesantemente, tal era la alegría que le producía mi visita. Luego me presentó a sus hijas, cuya sincera acogida me sorprendió y me halagó.
Don Pascual tenía un carácter alegre y vivo, y al ver mis blancas manos me preguntó si podría sujetar a un caballo duro de boca o enlazar a un toro por las astas.
Después de las comidas, cuando todos estábamos sentados en el corredor, disfrutando del aire de la tarde, empecé a fijarme más en sus hijas. La menor, que se llamaba Dolores, tenía una cara agradable, ojos grises y cabellos castaños.
Separada de su hermana hubiera parecido bonita.
Su hermana Rosaura era hermosa y de majestuoso porte, y con su dulce gracia y viveza no tardaba en cautivar los corazones. Sus ojos eran negros y apasionados, sus facciones perfectas; nunca había yo visto nada que se pudiera comparar con la riqueza de su semblante, sombreado por frondosa cabellera negra.
Procuré reprimir la admiración espontánea que sentía. Yo deseaba contemplarla con tranquila indiferencia o únicamente con un interés semejante al que siente por las flores raras y bonitas el entendido en plantas. Si nacía en mí un pensamiento de amor, yo le consideraba como un pensamiento pecaminoso, y luchaba por desasirme de él.
¿Era posible alguna defensa contra tanta dulzura? Ella me fascinaba. Cada mirada, cada palabra, cada sonrisa me atraía irresistiblemente hacia ella.
La lucha, empero, que se efectuaba en mi pecho no cesaba. ¿Qué razón hay para esta falta de voluntad para someterme?, me preguntaba yo. La contestación tomó la forma de una sospecha dolorosa. Yo recordaba la escena aquella del monte de tala y me imaginaba ver en Rosaura a aquella encolerizada doncella del traje verde.
Inmediatamente alejé tan injusta sospecha de mi pensamiento.
Estuve a punto de contarle lo que había presenciado. Repetidas veces intenté hablarle de ello, pero si bien yo rechazaba la sospecha, no por eso dejaba de existir y de paralizar mi lengua.
Durante muchos días me tuvieron inquietos estos pensamientos y me hacían esperar con anhelo la aparición del traje verde y del chal de verde franja.
No los volví a ver.
Pasaron los días, las semanas y los meses agradablemente; hacía un año entero que yo vivía en el Espinillo. Roldán me trataba cómo a un hijo amado.
Yo hacía las veces de mayordomo de la estancia y la vida libre de las pampas me era cada vez más querida. Yo comprendía porque aquellos que la han probado una vez no se encuentran nunca satisfechos en otra parte. Los lujos artificiales de las ciudades, la excitación de la política, las delicias de viajar, ¿qué son comparados con aquella vida?
Sus hermanas eran mis compañeras constantes; con ellas cabalgaba, paseaba, cantaba o conversaba a todas horas del día. Dolores era mi dulce hermana y yo su hermano; pero Rosaura... bastaba que le tocara la mano para que se me inflamara el corazón; temblaba y no podía hablar de alegría. Y ella no dejaba de amarme también. ¿Cómo podía yo dejar de observar el rico color que cubría sus frescas mejillas, el fuego que ardía en sus negros ojos cuando me acercaba a ella ?
Una noche. Roldán entró precipitadamente, lleno de feliz excitación.
¡Pelino, exclamó, te traigo buenas noticias! La propiedad que linda con la mía por el oeste está en venta, dos leguas de tierra magnífica de pastoreo. La cosa no podía ser mejor. El Verro, una corriente perenne, tenlo en cuenta, atraviesa todo el campó ¿Quieres empezar a vivir por tu cuenta? Te aconsejó que compres, que edifiques una casa conveniente, que plantes árboles y hagas un paraíso. Si no tienes bastante dinero permíteme que te ayude. Yo soy rico y tengo pocas bocas a que dar de comer.
Hice Ip que me aconsejaba: compré el campo, edifiqué casas, y aumenté la hacienda. El cuidado de mi nuevo establecimiento, que bauticé con el nombre de Santa Rosaura, ocupaba todo mi tiempo, de manera que mis visitas a mis amigas eran cada vez menos frecuentes.
Al principio, apenas podía vivir alejado de Rosaura; su imagen no se apartaba de mí; el deseo de estar con ella era tan intenso que me adelgacé, palidecí, y estaba extenuado. Me sorprendió, por lo tanto, el encontrar que tan gran anhelo se desvanecía rápidamente. Mi espíritu volvió a quedarse tan sereno como antes de que aquella gran pasión empezara a intranquilizarme. Al mismo tiempo, sin embargo, yo sentía que sólo cuando me hallaba lejos de Rosaura podía existir este sentimiento de libertad, así es que mis visitas empiezan a disminuir más y, más.
Hacía cuatro meses que me encontraba en Santa Rosaura cuando Roldán vino a visitarme un día. Después de admirar todo lo que yo había hecho, me preguntó, cómo llevaba yo mi vida solitaria.
Ya ve usted repliqué. Echo mucho de menos a cada hora del día su agradable sociedad.
La cara del anciano se nubló, pues era orgulloso y apasionado por naturaleza.
¿Y nada le importa a usted la sociedad de mis hijas, Pelino? me preguntó con entereza.
¿Qué le diré yo ahora?", me dije para mis adentros, sin hablar palabras.
¿Pelino me preguntó, no tienes nada que contestarme? Yo he sido un padre para ti. Soy viejo y rico, y ten presente que soy orgulloso. ¿No lo he visto todo desde el día en que llegaste a mi puerta? Has ganado el corazón de la hija que yo idolatro. Nunca te dije una palabra, recordándo de quién eras hijo y que un Viera es incapaz de una acción baja y deshonrosa.
La justa cólera del anciano y mi tímida naturaleza conspiraban contra mí.
Señor exclamé, yo sería realmente el más vil de los hombres si me hubiese dejado influenciar por otro motivo que el cariño más puro. Poseer el afecto de su hija sería para mí como el colmo de la felicidad. La he amado y la amo. Pero ¿me ha entregado ella su corazón? Mis dudas a este respecto son muy crueles.
¿Y eres tan. débil que abandonas tus esperanzas por las dudas? preguntó Roldán con algo de sarcasmo Háblale, hijito, y lo sabrás todo. Y si ella llegara a rechazarte, jura por lo que creas más sagrado que te casarás con ella, aunque te rechace. Es lo que yo hice, Pelino; la mujer que yo amé, Dios la tenga en Santa Gloria, era como mi hija Rosaura.
Le tomé las manos y le expresé mi gratitud por el estímulo que me daba. La nube se desvaneció de su frente y nos separamos como buenos amigos.