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En sí mismo, el episodio precedente tendría un mero valor extrínseco y puramente anecdótico, si no fuera por el hecho de que ayuda a comprender las características de los relatos en que interviene Raffles. El modelo que explícitamente escogió Hor-nung se lo proporcionaban los cuentos detectivescos que había escrito Conan Doyle, cuyos procedimientos tenía pensado invertir como en la reflexión de un espejo; pero la diferencia en el temperamento y tos objetivos de uno y otro debía conducir de manera inevitable a resultados muy divergentes. La intención era conservar los rasgos morfológicos fundamentales: la pareja central constituida por el héroe y su memorialista y el interés suscitado en el lector por los elementos de intriga y suspenso. Bunny desempeñaría con respecto a Raffles la misma función que el docto Watson asume en su trato con Sherlock Holmes: sería el narrador de las diversas aventuras y exhibiría la ingenuidad y la carencia de imaginación indispensables para que los recursos de su amigo no se tornaran plenamente notorios hasta el desenlace de cada historia. Es lícito juzgar que el memorialista que se introduce en los relatos de Hornung -según puntualiza A. E. Murch- resulta más sumiso y menos independiente que el concebido por Conan Doyle. Pero el autor de las aventuras de Sherlock Holmes percibió de inmediato que la analogía no iba a ser tan estrecha como la formulaba su cuñado. Cuando fue informado del proyecto, interpuso sin dilación una grave reserva, muy propia de sus convicciones y puntos de vista; de acuerdo con lo que anota en sus autobiográficas Memories and Adventures, dijo que le parecía reprochable convertir a un delincuente en personaje simpático y héroe literario; consideraba que semejante elección entrañaba "peligrosas sugerencias". Hornung ignoró el consejo y escribió su libro, que irónicamente se halla dedicado a Conan Doyle.

Al margen de los fundamentos morales que le dieron origen, esta observación no está desprovista de sagacidad literaria. No cabe duda de que Hornung, sea cual fuere su propósito, estaba llamado a realizar algo muy distinto del modelo utilizado. Lo que más nos atrae en sus cuentos no es el encadenamiento de pistas que conduce a resolver un misterio, ya que éste en realidad no existe; el narrador -y por ende, el lector- ignora en cada caso los planes de Raffles, pero la tarea del protagonista no consiste en descifrar enigmas sino en observar las posibilidades más favorables para llevar a cabo su acción depredadora. La personalidad de Sherlock Holmes -definida por sus aposentos, por su vestimenta, por su lupa, por su aptitud mimética, por su afición a las drogas y por el relajamiento que le proporciona el violín- es un estereotipo; Raffles, por lo contrario, tiene opiniones sobre arte y literatura, sobre la sociedad y la distribución de la riqueza. Sus actos no respunden a un mecanismo de relojería montado para la exclusiva interpretación de datos sino que se encaminan a la minuciosa evaluación de personas. Como consecuencia inevitable de las condiciones en que se desarrollan sus relatos, Hornung no sigue los pasos de Conan Doyle sino que tiende hacia la crónica y análisis de la vida de su tiempo: el suyo es un cuadro que termina por convertirse en una indagación bastante amplia y compleja de la época. A pesar de los historiadores de la novela detectivesca que no vacilan en apropiarse de Raffles en sus panoramas, cabe inclusive preguntarse si es lícito restringir el alcance de tales composiciones a este campo narrativo; por lo menos, parece oportuno tener en cuenta que conviene examinarlas no sólo en el marco un tanto convencional en que suele desenvolverse la trama policial, sino también en un plano de dimensiones más vastas que permita destacar con plenitud la riqueza de los detalles registrados.

2. Fisonomía de un personaje

 
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de Ernest William Hornung

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