A él le gusta escuchar. Y a mí me gusta que me escuche. Él es mi
amigo, mi amigo del alma. Yo este año cumplo 30. Treinta. Es un número. Él tiene
mi misma edad, pero no parece. Tiene sensibilidad. Yo no. Y esa perspectiva, esa
capacidad de ver las cosas desde un lugar objetivo del que yo no tengo ni idea.
No sé adónde queda.
Y me quiere. Y me quiere ver bien.
Me puse a llorar.
-Pará, chiquita -me dijo-. No está todo tan mal. Pará. Organicemos
esto. No llores. Dale. Vas a ver. Vamos por partes, despacio. Mirá: sos normal.
Sos un ser humano normal atravesado por la vida. Es sólo eso, chiquita. Vas a
ver.
Y empezó a hablarme. Lento. Me miraba a los ojos. Me daba
ejemplos, me hablaba claro. Tenía mi mano agarrada entre sus dos manos grandotas
y me la acariciaba, mi mano hecha un bollito entre las suyas. La de abajo
quieta, apoyada boca arriba sobre la mesa, sosteniendo. La de arriba acariciaba.
Yo quería ser mi mano.
Antes de irnos, ya más tranquila, anoté en una servilleta de papel
algunas palabras que no me quería olvidar.
Quería sacar algo en limpio de esa conversación. Y si no anoto, me
olvido.
Escribí: "-Inconstante, insegura, autoexigente, poco sociable y
ciclotímica".
Acá tengo la servilleta. Lo anoté. La voy a pegar acá, en el
cuaderno. Después. Si me pongo a buscar Plasticola ahora voy a perder el hilo de
lo que estoy pensando, me voy a olvidar de todo lo que hablamos. Siempre me
distraigo. Con pavadas me distraigo.
"-Inconstante, insegura, autoexigente, poco sociable y
ciclotímica".
Y sí. Es verdad. Así soy. Es que no estoy bien. Y visto así, todo
junto parece demasiado. Demasiadas cosas. Él me habló bien, me lo dijo con
cariño, me dio ejemplos, lo entendí. No parecía tan complicado todo. Pero ahora
que lo pienso no sé.