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A despecho del carácter tan suave y dulce de los nativos, me y partía el corazón comprobar su negligencia y trato desamorado para con sus enfermos y no puedo explicarme esta costumbre tan generalizada entre los aborígenes de América del Sud, sino a través de su convicción religiosa según la cual el alma de los difuntos vuela hacia un lugar donde encontrarán todo cuanto necesitan y todos los goces anticipados. Además, les reservan el mismo lugar a buenos y malos. Cuando les hice notar que eso no era posible, me respondieron: "Esto es lo único que sabemos.

Nuestros antepasados nos han dicho que todas las almas van allí".

Algunas tribus del Orinoco adjudican un lugar más agradable a los que fueron buenos en vida, pero sin profundizar en su descripción.

Los malos van a parar a un árbol en el cual arde un fuego inextinguible. Sin embargo, al decir de los hechiceros, si se cantan los cantos gratos a su ser superior, las almas pueden volar por encima de ese árbol sin correr riesgos. Los Otomanos aseguran que todas las almas vuelan hacia el oeste, donde existe un lugar donde pueden vivir en paz sin trabajo ni afanes, pero antes de llegar a él deben enfrentarse a una enorme pájaro llamado Tighitigh, un enemigo de los hombres. Celoso de su paraíso occidental, ataca a los muertos y los devora si éstos no se defienden con valentía.

Las desmedidas lamentaciones de los deudos al producirse el deceso hacen curioso contraste con la absoluta negligencia y abandono del enfermo.

En el curso de mis notas he hecho mención de las demás concepciones religiosas, su relación respecto al ser supremo, su posición en cuanto a los hombres y a toda la Creación. Entre ellos ,así como entre los Caribes y Arauac, el Ser Supremo, el Creador del Cielo y de la Tierra se llama Macunaima (el que trabaja de noche)

y el principio antagónico es Epel. Su cosmogonía coincide casi con la de los Varraus, Caribes y otras tribus. Después que Macunaima, el espíritu grande y bueno creó la Tierra con sus plantas y árboles, descendió de las alturas y se posó en un gran árbol. Con su poderosa hacha de piedra cortó trozos de la corteza, los arrojó en el río que fluía a sus pies y los convirtió en toda clase de animales. Sólo cuando todos tuvieron vida creó al hombre. Este cayó en un profundo sueño y al despertar encontró a su lado a una mujer. El mal espíritu logró imponer su superioridad en la Tierra y Macunaima envió un diluvio. Sólo un hombre consiguió salvarse en un corral. Despachó una rata para averiguar si las aguas habían bajado y el roedor regresó con una mazorca.

 
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de Richard y Robert Hermann Schomburgk

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