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Cuando informamos a las mujeres que entre los paranaghieris no eran tan raros los mellizos, más aún, que se daban casos de madres que habían dado a luz trillizos, fruncieron la boca en un gesto burlón y replicaron "Nosotras no somos perras que parimos un montón de cachorros", Naturalmente, sus conceptos de la castidad femenina difieren de los nuestros. Toda joven puede favorecer a una cantidad de amantes sin que por ello se resienta su honor, pero tina vez desposada se le exige la observancia de la más inquebrantable fidelidad conyugal. En la libertad mencionada de poder disponer de su cuerpo a su arbitrio, los aborígenes de las Guayanas coinciden con los de Nueva Zelandia. Sin embargo, el libertinaje que se permitía allí el sexo débil a la llegada de los europeos principalmente con los marineros, es ajeno a las indias de las Guayanas.

Tan pronto la madre presiente la proximidad del parto, se retira al bosque cercano, al campo de las provisiones o a una choza deshabitada y da allí a luz sin asistencia alguna. La misma madre corta el cordón umbilical o bien lo hace su hermana. Si el recién nacido es varón la operación se practica con una caña de bambú afilada, si es mujer con un trozo de flecha y enseguida se lo liga con un hilo de algodón. A partir del primer hálito del tierno infante la madre se dedica a él con el amor más entrañable y sacrificado. El asesinato de un niño nacido normalmente, cometido por la madre, es un hecho desconocido y la muerte de un nieto a manos de su abuelo ocurrida a poco de nuestra llegada a Pirara levantó una ola de general consternación.

El brasilero Abristo, citado anteriormente, vivía en Pirara en poligamia y había seducido a Tocuipa, la doncella más bonita de la población. La joven dio a luz una criatura enfermiza y siguió viviendo en la choza de su padre, quien jamás le perdonó haberse entregado a un -caribe", desliz que el llanto ininterrumpido del niño no le permitía olvidar. Cierta noche, el abuelo exasperado por los vagidos de su nieto a quien la angustiada madre no podía tranquilizar, saltó de su hamaca, empuñó un machete y de un certero golpe partió la cabecita del inocente. Abristo sepultó el cadáver de su hijo bajo la gran cruz de la iglesia. Tocuipa nos informó reiteradas veces sobre el cruento hecho de su padre.

Después del alumbramiento el padre cuelga su hamaca junto a la de su esposa para pasar con ella el puerperio, cuya duración se prolonga hasta la caída del cordón umbilical. Durante este período, la madre es considerada impura y el marido, si no dispone de otra choza para pasar sus respectivas cuarentenas, debe separar los lechos mediante una mampara de palmas. Tampoco les está permitido a los esposos realizar trabajo alguno y el marido sólo puede abandonar la choza por unos instantes al atardecer. Le está vedado el baño habitual y tocar sus armas. Marido y mujer pueden saciar su sed con agua tibia y su apetito con una papilla de pan de cassada, preparada por uno de los parientes. Pero más curiosa es la prohibición de rascarse la cabeza o el cuerpo con las uñas de las manos. Para esta necesidad pende en todo momento al lado del lecho un trozo de la nervadura de la palmera cucurit. La transgresión de cualquiera de estos preceptos o prohibiciones significaría la muerte o la enfermedad de por vida del lactante.

Como ocurre en todas las tribus de la Guayanas, la descendencia del niño está determinada por la línea materna. Si la madre es una Macusi y el padre un Vapisiano, Arecuna, etc. los niños se considerarán Macusi.

 
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Visita a los indios Macusi de Richard y Robert Hermann Schomburgk   Visita a los indios Macusi
de Richard y Robert Hermann Schomburgk

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