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En general, los Aymará son laboriosos trabajadores, acostumbrados a los rigores y siempre andan descalzos o a lo sumo usan sandalias. Yo les he visto trabajar en los lavaderos de oro, con los pies sumergidos en las heladas aguas de los glaciares, sin enterarme de casos de enfermedad entre ellos. En todas las excursiones por la montaña en que me acompañaron en calidad de cargadores, me asombró la agilidad con que se movían en el difícil terreno rocoso, sin sufrir la influencia de la enrarecida atmósfera de altura, a la que no escapa ningún europeo, pero a pesar de ser tan buenos escaladores, temen pisar el hielo de los glaciares y la nieve endurecida. Según sus creencias, las cumbres nevadas son la morada de sus dioses a los que se aferran con la obstinación de un pueblo oprimido. Sólo son cristianos de nombre. Así como en sus fiestas ofrecen a sus deidades una porción de cada copa, también les tributan sacrificios en las altas montañas. En reiteradas oportunidades encontré en las morenas terminales de los glaciares pequeñas vasijas de barro, llenas de aguardiente, y asimismo, hojas de coca, que al atravesar un paso se quitan de la boca y depositan en pequeños nichos de piedra. También depositan allí otros objetos, como monedas, cigarrillos etc. para obtener el favor de sus dioses. La misma costumbre rige más al sud, donde volví a observar este fenómeno al cruzar la Cordillera de Argentina a Chile. Se consideran allí como santuarios las -piedras santas-, rocas que por efecto de la erosión presentan extrañas concavidades. En ellas se colocan entonces las ofrendas mencionadas. Así, pues, esta costumbre está muy difundida y profundamente arraigada en América del Sud. Con la misma tenacidad que los Aymará se aferran a las viejas ideologías religiosas heredadas de sus antepasados, también lo hacen respecto a su primitiva organización. En verdad, están organizados con independencia de la constitución nacional de Bolivia, tienen su propia carta magna no por ser oral menos respetada, y obedecen ciegamente a sus caudillos. La población de origen europeo conoce por cierto los peligros que entraña esta severa organización de los Aymará y quizá se base en ella la presión, a menudo cruel y la explotación de que fueron víctimas. Como ya he mencionado son tratados corno animales domésticos y están sujetos a absoluto vasallaje. El valor de una finca se estima de acuerdo con el número de las familias Aymará existentes en ella. Deben trabajar sin paga y cultivar las tierras del propietario de la finca a cambio de una mísera choza y la insignificante parcela de tierra que éste les asigna. No están autorizados a abandonar la finca sin permiso del dueño, pero éste puede mandarlos donde le plazca a trabajar sin retribución. No es de extrañar que dado semejante trato el Aymará, por naturaleza sincero y afable, haya cambiado fundamentalmente, pues en él se ha ido acumulando un inmenso rencor y enconada ira, que en ocasiones hierve furiosa y exige entonces el sacrificio de algunas vidas humanas. Mis relaciones personales con ellos siempre fueron buenas. Los Aymará hacen una clara distinción entre los extranjeros y los bolivianos descendientes de españoles. |
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La Paz y sus habitantes
de R. Hauthal
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