Lo que más llama la atención del viajero es la curiosa ubicación de la ciudad, es decir el abigarrado cuadro de las calles. Aunque es moderno, el estilo arquitectónico de las casas no tiene nada de particular. Sólo los edificios más viejos que datan de la época de la conquista española son característicos por mostrar el estilo español antiguo, que en el fondo no es sitio una escasa modificación del romano antiguo, ton sus grandes y llamativos techos de tejas. Esta antiquísima disposición de la casa con su cubierta de tejas, igualmente antigua, es muy típica en toda la América Meridional o, mejor dicho, fue típica, pues desde hace un decenio los edificios construidos según un estilo, más moderno no sólo han transformado la imagen urbana en las ciudades costeras como Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, etc., sino también en las localidades mediterráneas como La Paz, Lima, etc., han ido desplazando más y más a las caras viejas. Pero lo que llama enseguida la atención por su peculiaridad son sus habitantes, no los europeos o los descendientes de estos, pues todos ellos se visten de la misma manera, poco bella según la moda imperante en Viena, Berlín o París, siendo el monótono negro el color predilecto de los caballeros de Buenos Aires, La Paz, Lima, Oruro, etc. En cambio, los Aymará, los habitantes primitivos se comportan de muy distinta manera.
Los Aymará son una rama del pueblo relegada al altiplano, rodeada por todas partes por los quechuas.
Hasta donde se remonta la historia de esta tribu, cual es su origen, así como todo lo atinente a la interesante y trascendental historia etnográfica de América del Sud está aún envuelto en sombras, pero me parece muy probable que otrora, antes de ser sojuzgados por los quechuas, los Aymará alcanzaron un elevado grado de cultura. Quizá, las admiradas construcciones de Tiahuariaco, daten de aquellos tiempos tan remotos en que los Aymará eran allí el pueblo dominante y deseaban erigir una brillante capital. El duro vasallaje que les impusieran primeramente los quechuas y más tarde los españoles aniquiló casi todos los vestigios de su elevada cultura. Ellos, que durante siglos y aún hoy en día no son tratados mucho mejor que los animales domésticos, lograron salvar y conservar hasta el presente algo de su pasada época de grandeza y esplendor, algo que brilla en su miseria como un claro rayo de luz, pero que por cierto no lo sienten como tal: ese algo es su afición por los colores, su sentido vivaz, extraordinariamente receptivo, respecto a los adornos policromos.