-¡Eh! señor- murmura con acento que llega, al alma-. ¡ Eh! Fíjese en la inocencia y candor de la mozuela. ¿ No se avergüenza usted de inventar una extravagante novela acerca de la vida de esta honrada y gentil doncella? ¿Qué es lo que induce a usted a, rodear a esta niña de un satánico nimbo... a esta criatura, que debe estar aún pegada, a, los pechos de su madre y que aun debía ir en pañales ? ¿Ella una coqueta, enamorada y esperando a los hombres, con ese aire de modestia, y apocamiento? Estoy avergonzado de usted, señor Raymond. Ella está pensando únicamente en su desayuno, pobrecilla, y no en el galán de allá abajo... Otra frase injuriosa, sacrílega,... y soy capaz de contarlo todo a ella. ¿ No tiene usted compasión de esa muñequita? ¿No le merecen respeto su juventud e inocencia?
-Déjeme - gime Raymond débilmente-, déjeme tranquilo y yo contaré a usted lo vieja que es ella... ¡ Chitón!... que nos está mirando...
Los dos observantes pónense de pie. Maruja ha lanzado ciertamente una mirada, a, la ventana. A ella ha dirigido sus Ojos, aquellos ojos en los que ahora se distingue algo más que su propia belleza. Las pupilas son azules como el firmamento, y un circulo moreno obscuro rodea la córnea, opaca. Brilla en ellos una luz misteriosa de inteligencias de astucia. El alma de Salem, el traficante, asómase escrutadora y vigilante por aquellas órbitas sombreadas por la negra pasión de los celos de la madre, con viveza y poder irresistibles.
Maruja sonríe al reconocer a los dos hombres, con apacible y tranquila puerilidad, y hace una extraña inclinación de cabeza sobre -las flores que lleva en la mano. Su boca, recta e inmóvil, tornase encantadora súbitamente al separarse los rosados labios y aparecer los dientes marfileños de impecable blancura, dibujándose entonces una, graciosa sonrisa que extiende sus lireas animadas y dulces por todo el rostro, quedando impresa en él con alguna, permanencia, aun después de que la boca ha recobrado su primitiva posición. La joven se aleja en el preciso momento en que Garnier se aproxima a ella.
-Salgamos, hombre, si le parece, a darnos un paseo- dice el escocés asiendo del brazo, a Raymond-. No hagamos mal juego a este chico.
-No; creo que lo que ella busca es deshacerse de él. Mire, señor Buchanan, cómo le ha entregado las flores para que se las lleve a casa. Entretanto espera que llegue el capitán.
-Vámonos, señor bromista, vámonos- dijo Buchanan con su habitual buen humor, apoyando su brazo en el del joven, y arrastrándole desde el pórtico en dirección a la avenida-. Vámonos y guarde sus curiosas observaciones para el desayuno...