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-No, perdón; el mayordomo. El viejo criado de confianza que hace las veces de padre. Nadie sabe qué es lo que ¿¡ dice. Lo cierto es que, si la víctima quiere hablar con la señorita y pide para, ello -el permiso correspondiente, siempre resulta que se halla, indispuesta... adivine usted, si de salud. Y si comete la, locura dé tener una entrevista secreta con Maruja... ¡está irremisiblemente perdido!

-¡Cómo¡

-Porque termina por declararle sus fogosos amores, por querer galantearla seriamente... con el ya conocido resultado.

-Entonces la opinión de usted será que el despensero no ha preguntado todavía al capitán por sus intenciones...

-Lo creo innecesario- contesta el joven secamente.

-¡Hum! Y entretanto, el capitán ha desaparecido tras el matorral... Supongo que éste es el desenlace del misterioso espionaje que usted ha descubierto... No... ¡El diablo le lleve!... porque ahora veo que el francés huye precipitadamente del mirto... ¿Qué demontre esperaría allí? Pero... ¡ Dios nos asista! -¡ Si está allí también nuestra, heroína.

-Sí- dice Raymond con voz entrecortada-. ¡ Es Maruja!

Maruja ha ido aproximándose tan silenciosa y quedamente a lo largo del banco que bordea el pórtico, deslizándose rápidamente de columna a columna y parándose en cada una de ellas como buscando una, flor especial, que ninguno de los dos interlocutores ha, sorprendido la ingeniosa maniobra. En la mirada y gesto de la joven no aparece el menor indicio de que haya notado la, presencia de los dos amigos. Tan abstraída la, creen y tan absorta parece que guía, dos por el mismo instinto, los dos se colocan lo más próximamente que pueden a la, ventana, y allí esperan, silenciosos e, inmóviles, a que Maruja pase o se dé cuenta de su presencia.

-A pocos pasos de la ventana detiénese para colocarse una flor en el cinturón. Entonces pueden examinarla tranquilamente los dos amigos. Un cuerpo juvenil y diminuto con un traje color amarillo pálido; delicada figurita a la que faltan aún los rasgos, las facciones y el perfil característicos de una mujer en la edad madura. El óvalo perfecto de su rostro, la espalda recta, las caderas de niña, el tamaño infantil de sus manecitas y los piececitos ocultos en unas sandalias en miniatura, todo tiene el poderoso encanto y el mágico hechizo de la frescura que deleita, de la sugestiva inocencia, de la espléndida Y agradable juventud... y nada más.

Olvidádose hasta -de sí mismo, el escocés aprieta intencionadamente a su compañero contra la pared, con gesto cómico de virtuosa indignación.

 
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