-¿Yo? No, Excelencia, la dejaría encendida.
-Yo la apagaría.
Calígula había deseado que el pueblo romano tuviera una sola cabeza para cortársela de un golpe; el conde Cenci hubiera querido triturar el sol. ¡Pobre humanidad! Si el sol desapareciese, las cenizas de la tierra no ocuparían espacio en el Universo.
Se sentó a la mesa; abrió y leyó una, dos o tres cartas, tranquilo primero y después precipitadamente; por fin las rasgó todas y prorrumpió con una horrible blasfemia :
-¡Felices todos! ¡Ah! Dios, tú lo haces por exasperarme.
Y cerrando el puño lo dejó caer con todas sus fuerzas. La casualidad quiso que le diese en la frente a Nerón, el cual, con la cabeza levantada y los ojos vivos, seguía los movimientos de su señor. El perro dio un salto de furor, se lanzó contra la puerta y escapó gruñendo. El conde fue en su seguimiento, llamándole, y no sin haber observado antes con una sonrisa amarga:
-Mira, Marzio, si hubiera sido un hijo mío me hubiera mordido.