Después de caminar durante algunas horas llegaron al borde de un gran río.
-No podremos pasar -dijo Hansel- no veo pasarela ni puente.
-Tampoco hay bote -dijo Gretel- pero allá hay un pato blanco que está nadando: si se Io pido, nos ayudará a pasar.
Entonces exclamó:
Pato, patito, no hay vado ni puente.
Te piden, patito. Hansel y Gretel
que sobre tu lomo de pluma los lleves.
El pato se aproximó. Hansel subió sobre sus alas y le dijo a su hermanita que hiciera lo mismo.
-No -respondió Gretel-, sería mucho peso para el patito: nos pasará a uno primero y al otro después.
Así lo hizo la buena ave y cuando alcanzaron felizmente la orilla opuesta, después de hacer un pequeño tramo del camino, el bosque empezó a resultarles cada vez más conocido hasta que finalmente distinguieron la casa paterna.
Entonces se echaron a correr, se precipitaron en la sala y saltaron al cuello del padre. El hombre no había tenido un solo momento de alegría desde que había abandonado a los niños en el bosque. La mujer había muerto.
Gretel sacudió su delantal de modo que perlas y piedras preciosas se pusieron a brincar en el suelo mientras que Hansel vaciando sus bolsillos, sacaba puñados y puñados.
Se acabaron las preocupaciones y todos vivieron juntos y felices para siempre.
Mi cuento ha acabado. Por allí salta una lauchita. Quien la atrape podrá hacerse un gran, gran gorro de piel.