-¡No se me escaparán!
Se levantó muy temprano, al amanecer, antes que los niños se despertaran y viéndolos reposar tan dulcemente, con sus mejillas redondas y rojas, murmuró en voz baja:
-¡Qué manjar exquisito!
Entonces tomó a Hansel con su mano descarnada, lo llevó a un pequeño establo y lo encerró detrás de una puerta enrejada. De nada le sirvió gritar. Luego volvió donde estaba Gretel, la sacudió para despertarla y le gritó
-¡Levántate, haragana!; anda a buscar agua y prepara algo bueno para tu hermano; está encerrado en el establo y es necesario que engorde. Cuando esté gordo, lo comeré.
Gretel se puso a llorar amargamente pero tuvo que hacer lo que la bruja le ordenaba Entonces se prepararon para el pobre Hansel los mejores platos y para Gretel sólo quedaban las caparazones de los cangrejos. Todas las mañanas la vieja se arrastraba al pequeño establo y gritaba:
-¡Hansel, muéstrame los dedos para ver si engordas!
Pero Hansel le tendía un huesito y la vieja, que tenía la vista defectuosa y no podía distinguirlo, creía que era uno de los dedos de Hansel y se asombraba de que no engordara. Pasadas cuatro semanas sin que Hansel engordara, la impaciencia la desbordó y no quiso esperar más.
-¡Gretel! -gritó a la niñita-. ¡Apúrate y trae agua! Gordo o flaco mañana mataré a Hansel y lo cocinaré.
¡Cuánto se lamentaba la pobre hermanita y cómo corrían las lágrimas por su rostro mientras llevaba el agua!
-¡Oh, mi Dios, ayúdanos! -exclamaba. Si las fieras nos hubieran despedazado en el bosque, al menos habríamos muerto juntos.
-Ahórrame tus lloriqueos -dijo la vieja-; no te servirán de nada.
Al amanecer Gretel debió salir, colgar la marmita de agua y encender el fuego.
-Primero -dijo la vieja- vamos a hacer el pan: ya prendí el horno y preparé la masa.
Luego empujó a Gretel hacia el horno de donde salían llamas.
-Entra -dijo la bruja- y ve si hay buena temperatura para hornear el pan.
Cuando Gretel estuviera adentro ella cerraría la puerta, la asaría y se la comería a ella tambien. Pero la pequeña adivinó lo que la bruja pensaba y le dijo:
-No sé cómo hacer para entrar ahí adentro
-¡Boba! -dijo la bruja-, la entrada es bastante grande: ¡fíjate, hasta yo misma podría entrar!
Se acercó hasta el horno y metió la cabeza en la boca. Entonces Gretel la empujó con tanta energía que la bruja se fue hasta el fondo. Luego cerró la puerta de hierro y echó el cerrojo. La vieja lanzaba aullidos horribles pero Gretel escapó y la bruja malvada ardió miserablemente.
Gretel corrió en busca de Hansel, abrió la puerta del establo y exclamó:
-¡Hansel nos hemos salvado!; la vieja bruja se murió.
El pequeño saltó hacia afuera como un pájaro al que le abren la puerta de la jaula. La alegría de los niños fue enorme. Se abrazaban, brincaban de un lado para el otro, saltaban. Como no tenían ya nada que temer entraron a la casa de la bruja; en todos los rincones había cofres llenos de perlas y de piedras preciosas
-Esto vale más que nuestros guijarritos -dijo Hansel y llenó tanto como pudo sus bolsillos.
-Yo también voy a llevar algo a nuestra casa -dijo Gretel mientras llenaba su delantalcito.
-Ahora hay que partir -dijo Hansel- para abandonar el bosque encantado.