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Pero incluso él empequeñecía al lado de Hinxzar. La mayoría de las personas se cohibían al verlo y el alcalde, que nunca lo había hecho, no fue la excepción. La altura del coloso era de más de cuatro metros y su largo de diez. Con sus alas abiertas alcanzaba casi los once metros y, a diferencia de su hermano, no había realizado ningún esfuerzo por evitar daños a la ciudad, sus destrozos eran tantos que Mahs llegó a estimar que él solo había sido más destructivo que los demonios.
Hinxzar era un híbrido entre dragones de hielo y de tierra, su piel era de un marrón blanquecino muy llamativo, que variaba según la luz. Su coloración se volvía en ocasiones negra como la noche, mientras que en otras era de una incandescencia que resultaba insostenible a la vista. Walt podía resistir el brillo gracias a sus dotes mágicas, pero el alcalde no tenía forma de hacerlo.
Kinxzar era de menor tamaño que su padre y su tío. Su altura rondaba los dos metros y medio, su longitud los cinco metros y su envergadura los seis. Su color era tornasolado y variaba de unos tonos muy similares a los de su progenitor a otros verdosos o negruzcos en la penumbra y azulados en el agua. Tal camuflaje le permitía desaparecer en cualquier ambiente, lo que pese a los reclamos de Mahs, le convertía en un enemigo formidable. De entre todos los dragones, era el único que tenía dicha capacidad de mimetismo, ya que poseía la sangre de las cuatro especies. Al igual que Hinxzar, cuando Walt iluminó la estancia, se mantuvo estático y no reparó en el efecto que la luz podía tener sobre los demás presentes.
A ninguno de los dragones le afectaba el brillo de la piel de los otros. Como pertenecían a la más alta alcurnia de sus estirpes, eran poderosos en magia y en fuerza. Poseían la capacidad de ajustar sus ojos a las condiciones más rigurosas de oscuridad o luminosidad, de la misma manera que podían exigirse hasta las situaciones más extremas con el único fin de retar o humillar a sus contrincantes.
Una vez que Mahs hubo dado su corta respuesta y que Walt se acomodó lo mejor que pudo, le preguntó al alcalde:
“¿Por qué no usó el instrumento que le di?”.
El hombre iba a responder cuando los tres dragones bramaron:
“¡¿Qué instrumento?!”.
El grito provocó la caída de nuevos trozos de hielo y roca. En esta ocasión, Kinxzar se mantuvo tan imperturbable como los otros dos dragones o el hechicero y solamente el aterrado alcalde repitió el vergonzoso espectáculo que, de nuevo, fue ignorado por sus compañeros.
“Le di un instrumento diseñado por uno de los inventores de Viville. Una campana, que debía golpear en caso de emergencia. De hacerlo, una réplica que llevo conmigo habría indicado que debía acudir en su auxilio”. Miró a Kinxzar y añadió: “Como escuché que Mahs tenía que salir y tú ibas a Isoburgo, asumí que podían necesitar ojos que vigilasen Moville, lamento haber llegado tarde”. Al tiempo que hablaba sacaba una pequeña campana de algún material que los presentes no llegaron a reconocer.
“¿Cómo te enteraste de todo eso?”, preguntó Kinxzar.
“Por medio de mi mensajero, que se encontró con el de Hinxzar, en su regreso a Gelloc. Fue mi embajador en Isoburgo cuando se decidió citarte, así que me contó el veredicto”.
“¡Deja de hablar de eso!”.
“No hay de qué preocuparse. La acusación es absurda, pero los duendes han presentado cargos en tu contra y te obligarán a explicarle a algunos nobles por qué los atacaste”.
“Los atacó porque son duendes. ¿Qué tiene que ver eso con los demonios de las nieves?”, preguntó Mahs con impaciencia.

 
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Tiempo contra Destino - La Antesala de Antonio Pons   Tiempo contra Destino - La Antesala
de Antonio Pons

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