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“Mahs, ¿estás ahí?”.
“Sí, no me he ido”, contestó el dragón molesto. Reflexionó por unos momentos y le preguntó: “¿Sabes por qué los Racar tenemos tanto interés en ayudar a Moville y Viville?”.
El hombre tragó incómodo y con un tartamudeo respondió:
“Lo he escuchado alguna vez, creo que es porque…”.
“Es porque queremos deshacernos de los demonios de la nieve. En caso de que no lo sepas, los dragones de hielo somos autosuficientes. Consideramos que podemos compartir Solterra con ustedes, porque podremos habitar parajes que los hombres no podrán conquistar. Con la cooperación de tu gente podríamos eliminar a esta plaga y establecernos como amos y señores de esta tierra. Pero con aliados como tú, todo se retrasa”.
El alcalde tembló y preguntó entre nuevos tartamudeos:
“¿Qué quieres decir…, amigo mío?”.
“Quiero decir que deberías renun…”.
“¿Qué pasa acá?”, preguntó un dragón de voz chillona que interrumpió la conversación.
El alcalde suspiró aliviado, mientras que el recién llegado se detenía junto a ellos.
“¿Qué haces acá?”, inquirió Mahs.
“Yo mando acá. ¿Es que no recuerdas quién soy?”.
Mahs imitó su acento y respondió:
“Eres el hijito de Hinxzar”. Y tras retomar su tono majestuoso preguntó: “¿Y es que acaso no sabes quién soy yo?”.
Kinxzar iba a responder a voz en grito cuando un nuevo interlocutor irrumpió en la conversación:
“Eres Mahskard. Descendiente del patriarca de hielo Hashkard y mi hermano. Y él es Kinxzar, mi hijo, a quien le debes respeto”.
Mahs resopló y un tenue humo emanó de su boca, clara señal de que su paciencia se agotaba. Conteniendo sus impulsos, respondió con un sutil seseo:
“Querido medio hermano Hinxzar, qué placer verte por estos lados ¿Te aburrías en el trono?”.
Pero su comentario fue ignorado. Al recién llegado le divertía la tensión que cargaba el ambiente y no hizo nada por calmarla:
“¿Qué pasó acá? Llamé a Kinxzar para que atendiera otros asuntos, te dejamos a cargo de la vigilancia y solo necesitaste de unos minutos para sucumbir ante un ataque”.
Borbotones de humo salían de su boca y respondió en el mismo tono irreverente:
“Tu querido hijo no me avisó que se iba y dejó a este idiota a cargo. Ignoró mis advertencias de no abandonar su puesto hasta mi vuelta y dejó la ciudad servida para la invasión.”
“Todo eso está muy bien, pero aún no me has dicho, ¿por qué no estabas acá?”.
“Por si no recuerdas, me encontraba de guardia cuando tus espías me advirtieron que unos demonios de las nieves se habían colado a través de las defensas y amenazaban a tu querida Gelloc. Pedí a uno de mis mensajeros que le avisara a Kinxzar de lo que estaba por ocurrir y confiado en mi sirviente, marché e intercepté a los susodichos en las montañas. Al terminar la lucha, me enteré de que acá había problemas y regresé de inmediato. Lo primero que conseguí fue el cadáver de ¡mi! mensajero, magullado y mordido por Kinxzar, que aún no digería la frustración producida por la citación en Farasterra. Por eso pregunté qué hacía acá; tenía la ilusión de verlo cargado de cadenas”.
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Tiempo contra Destino - La Antesala
de Antonio Pons
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