EL
IMPACTO EN LA CONVIVENCIA CIUDADANA
Es claro que el temor a la
violencia se origina en las narraciones de la vida cotidiana y en el trabajo de
los medios de comunicación acerca de la ocurrencia de hechos delictivos. El
miedo constituye, en Maracaibo, el dispositivo disparador de mecanismos de
autodefensa desarrollados por la población (el cierre de espacios residenciales,
la contratación de vigilantes privados informales, la afiliación de
organizaciones ilegales que ofrecen protección de vehículos, la organización de
patrullas vecinales y los linchamientos).
Así, el temor, que aparece en
la base de tales respuestas, es un fenómeno producto de múltiples factores: la
victimización, la ineficiencia institucional y la distorsión mediática,
principalmente.
Para nosotros, el
involucramiento de la población en tareas de autoprotección no implica una
ampliación del espacio público, por el contrario, ayuda a establecer controles
privados basados en el castigo inmediato y la satanización del extraño (del
diferente).
Así, no se hace posible
lograr verdaderas alternativas de organización; porque en ausencia de un proceso
de construcción de ciudadanía, con las respuestas no se constituyen relaciones
sociales, sino que se reproduce la fragmentación, mediante la acción arbitraria
y violenta hacia cualquier otro considerado peligroso.
El sentido del otro y la
comunión con otros iguales quedan total-mente afectados: el otro pasa a ser un
extraño. Ya no es un vecino, un transeúnte o persona común y corriente; si no
alguien que, según su apariencia, en términos del estereotipo, puede ser un
delincuente.
Tal percepción del otro como
peligroso constituye una barrera entre el mundo extraño y el pequeño feudo donde
la seguridad queda resguardada
Entonces, no parece ser
cierto que la activación de las respuestas esté basada en la existencia de
fuertes vínculos comunitarios y elevados niveles de participación.
El involucramiento de la
gente no se genera después de una reflexión en torno a las condiciones en las
cuales han ocurrido los supuestos hechos delictivos, ni acerca de las
condiciones de las personas consideradas peligrosas; mucho menos, en relación al
orden social. Porque se trata de respuestas, planificadas o espontáneas, que
reproducen la violencia que se vive en las urbanizaciones y barrios, sobre todo
en los sectores populares.
En esto hay una contradicción
que tiene que ver con los derechos humanos: la gente exige respeto para sí y
para su grupo mientras niega los derechos de los otros, que considera amenazan
su seguridad. Además, sus códigos alternos efectivamente fracturan el espacio
público y potencian la reapropiación de la violencia.
Lo que se evidencia en las
respuestas frente a la violencia delictiva, es la profundización de la
polarización social y la ampliación de la fragmentación del ámbito público. En
breve, no hay una extensión de la vida comunitaria, sino más bien un
empobrecimiento de la vida pública.
Estamos entonces, en
presencia de un nuevo problema: necesariamente la impunidad fomenta conductas
indeseables; si se toma en cuenta lo que hacen las víctimas frente a las
agresiones y ante la ausencia de la protección que debe garantizar el Estado.
Además sus respuestas,
también violentas, no tienen justificación por la percepción de indefensión;
porque podría tratarse de una visión deformada de la realidad donde el riesgo
que se percibe es mayor que la amenaza real.
En definitiva, estas acciones
de la población no ayudan a prevenir ni a evitar la violencia; sino que más bien
contribuyen a profundizarla y a deteriorar aún más la convivencia social. Dicho
coloquialmente: "El remedio es peor que la enfermedad"; sobre todo en una
sociedad como la venezolana profundamente polarizada política y socialmente.