EL
CIERRE DE LOS ESPACIOS RESIDENCIALES
El amurallamiento constituye
una tendencia que se ha venido desarrollando en los últimos años. Algunos
autores se aproximan al tema vinculando las políticas de ajuste económico, el
incremento delictivo y la reacción de los sectores medios y altos de emigrar a
las urbanizaciones cerradas y a los "countries".
Otros expresan hipótesis
sobre el impacto de la crisis sobre la estructura espacial en Venezuela. Entre
otras consecuencias, anotan las que resultan del problema del desmantelamiento
de los aparatos de seguridad y del aumento de la delincuencia, como de la
privatización de espacios públicos (calles, avenidas, parques, centros
comerciales).
Se trata de una modalidad de
refugio que hace que los vecinos se sientan seguros; pues el amurallamiento
restringe las posibilidades de acción de los delincuentes. Pero lo relevante es
que tiende a la des-democratización de la ciudad porque la construcción de
"villas" cada vez más exclusivas y el cierre de algunas antiguas urbanizaciones
genera aislamiento, propiciando la segregación y la exclusión socio-espacial de
los grupos más precarios; aunque los sectores medios y altos no sean los
culpables en tanto su encierro constituye una respuesta adaptativa ante la
ineficiencia del Estado.
LA
CONTRATACIÓN DE VIGILANCIA INFORMAL
En este caso no se trata del
establecimiento de un convenio entre una empresa prestadora del servicio
(autorizada por el Estado) y cualquier individualidad o grupo que intenta
proteger intereses estrictamente económicos. Se trata de un proceso que va más
allá de la policía privada, que actúa generalmente como policía del capital.
El asunto consiste en la
contratación de un vigilante o celador que recibe el nombre de guachimán. En la base de esta
iniciativa está el sentimiento de inseguridad de los vecinos (la mayoría de las
veces de un conjunto residencial cerrado) que, a través de los administradores
de sus asociaciones, pagan los servicios.
El propósito de la
contratación del guachimán no es más que reducir el riesgo de los atentados
contra la vida y el aseguramiento de algunos bienes dentro de los cuales los
vehículos son emblemáticos.
La percepción generalizada de
los vecinos es que el guachimán produce una reducción de delitos. Tal vez sea
cierto que la ventaja de un equipo de radio y de la muralla le permita impedir
la acción de los delincuentes. Aunque hayan tenido que agregar una nueva partida
al presupuesto familiar (gastos de seguridad) los sectores de clase media se
sienten satisfechos con el trabajo de los vigilantes informales.
Es que su presencia tiene un
efecto disuasivo, que se concreta en la reducción de las acciones delictivas.
Constituye una RESPUESTA a la ineficiencia del Estado
en la materia y a la situación de impunidad que ella crea.
El problema es que los
administradores de los condominios actúan como patronos, fijando funciones,
estableciendo procedimientos y asignando tareas muchas veces al margen de
cualquier disposición legal, reglamento u ordenanza. Lo cual favorece la
arbitraria acción de los guachimanes ajustada a la interpretación de los
criterios de peligrosidad señalados -en base a prejuicios- por sus jefes,
quienes señalan el tipo de personas cuya circulación debe ser negada y el modo
en el que deben ser tratadas.
Si a ello se le agrega la
escasa preparación -sobre todo psicológica- para el empleo de las armas (que
portan casi siempre de manera ilegal), se configura un ambiente propicio para la
permanente violación de los derechos humanos.