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Como es fácil de suponer, un padre como el nuestro nunca
nos permitió comer el pan del ocio. No recuerdo que hubiese una
época en que no me ganara la subsistencia Mi primera ocupación fue
espantar los pajaritos del sembrado de nabos y las cornejas de los guisantes. La
primera vez que salí a campo traviesa con mi botella de madera y mi
mochila colgadas del hombro apenas si era capaz de trasponer portones y
portillos, y, al finalizar la jornada, volver a casa era una empresa que
entrañaba dificultades infinitas. Mi tarea siguiente fue sembrar trigo y
conducir un caballo en la trilla de la cebada. Luego escardé los
guisantes y por fin me fue concedido el honor de trabajar con los segadores en
la cosecha, guiando el equipo y manejando el arado. Todos nosotros éramos
fuertes y labo-riosos, y mi padre solía vanagloriarse de que tenía
cuatro hijos -el mayor de los cuales apenas llegaba a los quince años-
que trabajaban tanto como cualquier grupo de tres hombres en toda la parroquia
de Farnham. ¡Orgullo sincero y felices tiempos!
Tengo algún leve recuerdo de haber asistido a la escuela
de una anciana quien, según creo, no consiguió hacerme aprender
las primeras letras. En las noches de invierno, mi padre nos
enseñó a todos nosotros a leer y a escribir y nos inculcó
un conocimiento de aritmética bastante pasable. En cuanto a la
gramática, él mismo no la entendía demasiado bien y, en
consecuencia sus esfuerzos para enseñárnosla necesariamente
fracasaron; pues, aunque mi padre creía que la comprendía y pese a
que nos hacía recitar las reglas de memoria, nunca aprendidos en absoluto
los principios de esta disciplina.
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Prosapia e infancia de Pedro Puercoespín
de William Cobbett
ediciones elaleph.com
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