Cuando yo nací, mi padre era granjero. Si se tiene en
cuenta la pobreza de sus padres, al lector no le será difícil
comprender que no recibió una educación muy brillante: no
obstante, para un hombre de su condición social fue un erudito. Cuando
era un muchachito, trabajó con el arado a razón de dos peniques
por día, y esas ganancias fueron suficientes para afrontar los gastos de
una escuela nocturna. Aprendió todo cuanto puede esperarse que sepa un
maestro de aldea; y además se perfeccionó considerablemente y por
cuenta propia en varias ramas de las matemáticas. Adquirió buenos
conocimientos de agrimensura, y con frecuencia se lo elegía para trazar
los planos de un terreno en litigio; en suma, tenía fama de poseer
experiencia y sagacidad, cualidades que en Inglaterra nunca dejan de conferir a
un hombre que vive en una zona rural cierto pequeño ascendiente sobre sus
vecinos. Fue honrado, habilidoso y frugal; en consecuencia, no es asombroso que
haya dispuesto de una buena granja y que haya sido feliz junto a una esposa de
su misma condición social y, al igual que él, apreciada y
respetada por todos.
Esto es cuanto puedo decir de mis antepasados, quienes si bien
no me han conferido honra, tampoco me han atraído deshonor.
Tengo tres hermanos (y abrigo la esperanza de conser-varlos
aún): el mayor es comerciante, el segundo granjero y el tercero, si
todavía vive, está al servicio de la Honorable
Compañía de las Indias Orientales, quizá en calidad de
soldado voluntario, como yo mismo lo fui al servicio del rey. Nací el 9
de marzo de 1768: he olvidado la edad exacta de mis hermanos, pero recuerdo que
mi madre decía que entre el mayor y el menor de sus hijos sólo
mediaba una diferencia de tres años y tres cuartos.