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Cuánto mejor es exponer de esta manera la verdad lisa y llana que rebajarse a las míseras artimañas a que tiene que recurrir Benjamín Franklin a fin de convencernos de que sus antepasados fueron hombres revestidos de riqueza y prestigio. Como le es imposible remitir a sus lectores a los funcionarios encargados de regular las cuestiones heráldicas para que obtengan testimonios sobre la fama y antigüedad de su familia, entonces apela a la etimología de su apellido, señala un pasaje de un libro obsoleto, e insiste concienzudamente para hacernos llegar a la conclusión de que, antiguamente, en la lengua inglesa, la palabra franklin designaba a un hombre de buena reputación y cierta influencia. Según el diccionario del doctor johnson, un franklin era lo que en la actualidad llamamos mayordomo de un terrateniente, funcionario que estaba un grado por encima de un alguacil, nada más.

Según confío, ustedes tendrán la amabilidad de no su-poner que mi abuelo era un filósofo. Por cierto; no lo fue. En el curso íntegro de su vida, jamás fabricó un pararrayos ni embotelló un solo cuarto de luz solar. No fue redactor de almanaques, ni curandero, ni experto en chimeneas, ni fabricante de jabón, ni embajador, ni mandadero de una imprenta; tampoco fue deísta y todos sus hijos nacieron en legítimo matrimonio. Todo cuanto dejó en herencia fue su guadaña, su hoz y su mayal; no legó deudas antiguas e irrecuperables a ningún hospital: en vida jamás estafó a los pobres, ni tampoco se burló de ellos en su muerte. Es verdad que se le permitió descansar apaciblemente debajo del verde suelo; pero, si bien sus descendientes no pueden señalar su estatua colocada sobre el portal de una biblioteca, en cambio, tampoco sienten la mortificación de enterarse de que cotidianamente se lo acusa de haber sido un rufián, un hipócrita y un descreído.

 
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Prosapia e infancia de Pedro Puercoespín de William Cobbett   Prosapia e infancia de Pedro Puercoespín
de William Cobbett

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