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Indudablemente, a pesar de las concepciones populistas de la
época actual, provenir de una familia ilustre confiere honra a cualquier
hombre. Sin embargo, esta es una honra que no tengo pretensiones de atribuirme.
En mi prosapia, únicamente puedo vanagloriarme de haber nacido en la
Vieja Inglaterra, el terruño del cual procedían los hombres que
exploraron y colonizaron Norteamérica; la tierra natal de William Penn y
de todos aquellos a quienes este país tanto debe.
Con respecto a mis antepasados, no puedo remontarme más
allá de mi abuelo, por la sencilla razón de que nunca oí
hablar de nadie anterior a él. Era jornalero rural y mi padre
solía decir que trabajó para un mismo granjero mas de cuarenta
años, desde el día de su casamiento hasta el de su muerte. Mi
abuelo murió antes de que naciera, pero con mucha frecuencia dormí
bajo el mismo techo que a él le había brindado abrigo y donde,
después de su muerte, su mujer vivió varios años. Era una
choza pequeñita con techo de paja y un jardín frente a la entrada.
No había más que dos ventanas; a una le ofrecía sombra un
árbol de ciruelas y a la otra un grupo de avellanos. Allí, todas
las Navidades y los domingos de Pentescostés, mis hermanos y yo
íbamos a pasar una semana o dos, y atormentábamos a la pobre
anciana con nuestro alboroto y nuestras travesuras. Tenía por costumbre
darnos miel y pan a la hora del desayuno, una torta de manzana en el almuerzo y
un poco de pan y queso al término de la jornada. El fuego lo
encendía con turba recogida en el brezal vecino. y por la noche se
alumbraba con una rama de junco empapada en grasa.
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Prosapia e infancia de Pedro Puercoespín
de William Cobbett
ediciones elaleph.com
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