Transcurrió una noche e Higgins le ayudó al viejo
Coulson por la mañana a instalarse en su silla, junto a la ventana. El
frío había desaparecido de la habitación. Penetraban olores
celestiales y una fragante dulzura.
Entró la señora Widdup y se paró junto a
la silla. El señor Coulson tendió su huesuda mano y aferró
la regordeta de su ama de llaves.
-Señora Widdup, esta casa no sería un hogar sin
usted -dijo-. Tengo medio millón de dólares. Si eso y el sincero
afecto de un corazón que ya no está en la flor de la edad, pero
que aún no se ha enfriado, pudiera ...
-Ya he descubierto la causa del frío, señor -dijo
la señora Widdup, reclinándose contra la silla del señor
Coulson-. Era el hielo ... el hielo por toneladas... acumulado en el subsuelo y
en el cuarto de la caldera, en todas partes. ¡Cerré los registros
por los cuales penetraba el frío en su habitación, señor
Coulson, pobrecito! Y ahora estamos de nuevo en mayo.
-Un corazón sincero -prosiguió el viejo Coulson,
divagando un poco- que la primavera ha hecho revivir y... pero...
¿Qué dirá mi hija, señora Widdup?
-No tema, señor -dijo jovialmente la señora
Widdup-. ¡La señorita Coulson se fugó anoche con el
repartidor de hielo!