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AL poco rato la señora Widdup entró en la habitación del inválido.

-¿Llamó usted, señor? -preguntó, dejando ver muchos hoyuelos-. Le encargué a Higgins que fuera a la farmacia y creí oír que usted tocaba el timbre.

-No llamé -dijo el señor Coulson.

-Temo que ayer lo interumpí, señor, cuando usted iba a decir algo -dijo la señora Widdup.

-¿Cómo se explica, señora Widdup, que yo sienta tanto frío en esta casa? -dijo con tono severo el viejo Coulson.

-¿Frío, señor? -dijo el ama de llaves-. ¡Caramba! Ahora que me lo dice, realmente me parece sentir frío en esta habitación. Pero afuera el tiempo es tibio y hermoso como en pleno junio. ¡Y cómo le hace saltar a uno el corazón este tiempo, señor! Y la hiedra ha brotado sobre el flanco de la casa, y los organillos tocan, y los niños bailan en la vereda ... Es la mejor oportunidad para decir lo que uno siente. Ayer usted decía, señor ...

-¡Mujer, es usted una tonta! -bramó el señor Coulson-. Yo le pago por cuidar de esta casa. Me estoy muriendo de frío en mi propio cuarto y usted viene a charlar sobre la hiedra y los organillos. Tráigame inmediatamente un abrigo. Cuide de que cierren abajo todas las puertas y ventanas. ¡Pensar que un ser viejo, gordo, irresponsable y unilateral como usted parlotea sobre la primavera y las flores en pleno invierno! Cuando vuelva Higgins dígale que me traiga un ponche caliente. ¡Y ahora, váyase!

Pero ... ¿quién podría humillar el luminoso rostro de mayo? Por pícaro que sea y por mucho que perturbe la paz de los cuerdos, ni la astucia de una virgen ni todo un depósito de hielo le hará abatir la cabeza en la brillante constelación de los meses.

Ah, sí. Este cuento no ha concluido aún.

 
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El alegre mes de mayo de  O'Henry   El alegre mes de mayo
de O'Henry

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